Al mismo tiempo en que el Consejo Nacional Electoral (CNE), controlado por el régimen de Nicolás Maduro, lo declaraba ganador con un 51,2% de los votos frente al 44,2% de Edmundo González, se publicaron en las redes sociales las actas que en un audaz control María Corina Machado y otros líderes opositores habían recopilado: “Tenemos todas las actas, no sé de dónde sacaron ellos esos números, pero nuestras actas dicen que Edmundo González sacó el 70 % de los votos”. Es que, según datos de los centros de votación recogidos por la oposición y puestos a disposición del público, Maduro obtuvo 3,2 millones de votos frente a 7,1 millones de González.
Sin embargo, cinco días después de las elecciones y con la credibilidad por el suelo, el CNE venezolano ratificó ganador a Maduro con el 51,95 % de los votos, frente al 43,18 % obtenidos por el candidato González.
En otras palabras, pese a todos los indicadores creíbles de fraude que se conocieron la semana anterior, el régimen insiste en que Maduro ganó - aunque no ha publicado las actas, como exige la ley electoral y lo han pedido casi todos los países de la región incluyendo el nuestro- y se ha dedicado a lanzar diatribas y amenazas a la oposición ordenando además una represión que, según el “Foro Penal”, hasta la fecha ha producido unos 711 arrestos verificados, y 11 asesinados.
Hay que recordar que el autócrata venezolano llegó a afirmar durante la campaña que se quedaría en el poder “por las buenas o por las malas”, afirmando incluso que si no ganaba habría “un baño de sangre”. Y hasta el momento ha cumplido su palabra ante sus connacionales y ante la comunidad internacional, que salvo contadas excepciones - como Rusia, China, Irán, Vietnam, Cuba, Nicaragua y Bolivia-, ha observado el simulacro de elecciones, la abierta represión del régimen madurista y su poder de cartel mafioso, como un espectáculo indignante.
No obstante, el heredero de Chávez, Maduro, que ha empobrecido, perseguido y desterrado a su gente como nunca antes, cada vez que se le cuestionan los resultados responde denunciando ataques de “el imperialismo estadounidense, la derecha internacional, el narcotráfico colombiano y Elon Musk”. Es decir, responde con una enceguecida actitud ideologizada de un gobernante que se siente cada vez más acorralado por la realidad de sus mentiras acumuladas durante décadas.
Lo cierto es que los venezolanos que han resistido una crisis humanitaria y una situación precaria durante años, fruto de la cual siete millones abandonaron el país, hoy día le dicen al Gobierno ¡que se vaya! Están honda la ira popular contra el zarpazo de las elecciones, que el pueblo venezolano está perdiendo el miedo a enfrentarse a la brutal represión: muchos sostienen que “el pueblo venezolano ha aguantado tanta hambre que se está comiendo el miedo”. Tanto así, que, en Guarataro, de los pueblos más pobres del estado Bolívar, donde el chavismo ganaba siempre con más del 70% de la votación, fue derribada públicamente una estatua de Chávez. De esta manera la contundencia simbólica fue evidente. A mi mente vino la imagen del derribamiento de la estatua de Sadam Hussein en el Irak de comienzos de este siglo, pero el caso venezolano tiene más fuerza simbólica demostrando la superación del miedo a la represión, pues se produjo sin que hubiera ocupación militar de las tropas estadounidenses.
Aún más, la magnitud y la persistencia de las movilizaciones opositoras parece estar provocando deserciones al interior de las fuerzas armadas resquebrajando su lealtad al régimen. La caída de este dependerá de que miles de venezolanos persistan en movilizarse coordinadamente en las calles hasta paralizar el país estimulando una división irreversible de las fuerzas armadas entre quienes, en gesto patriótico, se pasen al lado del pueblo, y los que decidan seguir sosteniendo la dictadura: los dirigidos por el general ministro Vladimir Padrino quien, después de declarar la lealtad a Maduro y rodeado por algunos generales en traje de combate gritó: “Chávez Vive”.
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