El desapego es una noción circular, fundamental y maravillosa, de definir prioridades e ir concentrándose en que lo imperfecto es naturalmente anterior a lo perfecto y, lo mortal, a lo inmortal.
Así, uno adquiere la capacidad de considerar la equidistancia respecto a lo humano como un accidente por superar, para germinar en la atracción del núcleo eterno, donde comienzan las rutas definitivas del destino.
El tiempo propone ir midiendo las distancias poco a poco, después de haber conocido los atajos, que son las superficialidades, para sembrarse, al final, en el átomo del alma y crecer con él.
Un círculo, como la vida, es absoluto, porque contiene todos los puntos, en una majestuosa sucesión de lecciones curvas que enseñan a perder el miedo a las ataduras y abren los horizontes a la luz.
El desapego ocurre cuando las cosas supremas pueden ser pensadas en línea recta desde cualquier punto hasta el centro, sin desviaciones, ni temores, con la luminosidad que el corazón enseña para ascender a la libertad.
Entonces uno se vuelve original y escala las horas especiales, las que acreditan la próxima duración del pasado, porque cada quien tiene el derecho a hacer cortas, o largas, las jornadas, fértiles o estériles.
Es asomarse desde los polos a un escenario en el cual debemos saborear los años de la mano de la fantasía, con el añejo y bello prodigio de leer las letras de los sueños, sin caer en la red inútil de la vanidad.