Somos país sin igual, sin comparación. Legislamos para ángeles, para aspirantes a viajar al cielo, o para extraterrestres. Los parlamentarios y los jueces viven en las nubes y no han aterrizado en la realidad, en la dura realidad. Legislan o fallan sin tener en cuenta el suelo en que se encuentran, el país pobre que los vio nacer y tal vez, si tienen suerte, los verá morir.
Con inmensa sorpresa, entonces, los colombianos de pié, sin escolta ni blindado, somos sorprendidos por leyes y decretos que son muy prácticos en Suiza y las naciones árabes pero no en Colombia, la inmortal, la del himno de don Rafael Núñez que por ocupar la Presidencia se creía poeta y fue declarado presidente vitalicio. Aquí hay dinero pero se lo están robando. En consecuencia, las metidas de pata son diarias y se decretan gastos imposibles de pagar, como sueldos permanentes para empleados temporales y primas para colaboradores esporádicos. Vamos para la quiebra pero lo importante es la demagogia.
La última bomba de los ‘’pensadores’’ colombianos es un Código de Policía, que entre otras maravillas, comprende la prohibición de ingerir licores en la calle, arrojar residuos a las calles y orinar en la calle. Pero eso no es lo más interesante, sino las multas que se establecen. Hay cuatro tipos de sanciones, para que le gente seleccione. Hay desde cien mil hasta ochocientos mil pesos y facilidades de pago. Sin embargo, no se reciben tarjetas de crédito ni vales, solo efectivo, en un plazo perentorio, sin prorrogas.
Para que el chiste sea completo, los redactores del Código, que ojalá se cumpla aunque lo dudo, establecieron la posibilidad de que los infractores paguen la deuda con asistencia a cursos pedagógicos en los que se enseñaran normas de conducta. Que hacen mucha falta en Bogotá, ciudad que ha sufrido, como muchas urbes grandes, una gigantesca migración de personas sin raíces ni cariño por la bella ciudad en que nací y está convertida en un caos que se extiende a lo largo y ancho de la sabana. Ya casi no queda un centímetro de tierra libre de los invasores y de los urbanizadores. Atérrese: ya somos diez millones de personas, más de las que tiene el resto de nuestras ciudades.
Quiero ver a los habitantes de calle respetando el Código. Y también a los vivos que han invadido todo lo que fuera mi ciudad. Y quiero ver pagar las multas a los repitentes diarios. ¿Se imagina a un habitante de calle pagando multas millonarias? No me hagan reír, por favor.