Para muchos colombianos, todos ellos partidarios de la guerra, debió ser muy difícil la primera cena de sapos, la conferencia de la guerrilla, celebrada en las selvas del Yarí, en el departamento del Caquetá, sin que, como hubiera sido su deseo, poder capturar a la cúpula de la guerrilla comunista, muchos de cuyos integrantes eran buscados, infructuosamente, por las autoridades sin que hubiera sido posible lograr su detención.
Fue el primer sapo grande que tocó digerir, en desarrollo de los acuerdos de paz que traerán la tranquilidad a Colombia, por fin, después de 60 años de guerra que arrojaron vergonzoso saldo de víctimas. Porque nuestro país, así no lo acepten muchos, fue escenario de una guerra absurda, desatada en la década de los 40 por régimen dictatorial, copia al carbón de los que en esos tiempos dominaban la mayor parte de Europa y Asia. Los promotores del absurdo pensaban que era posible cambiar el pensamiento democrático imperante en Colombia por una inclinación hacia las dictaduras fascistas.
La estupidez de personajes ya desaparecidos nos llevó a una guerra fratricida que arrojó inmenso saldo de víctimas, todos ellos humildes gentes: campesinos, soldados y policías. Varias regiones se volvieron invivibles y la violencia se apoderó de Colombia hasta el punto de que fue asesinado, en pleno centro de Bogotá, el más grande caudillo que ha producido esta tierra, Jorga Eliécer Gaitán, quien había vaticinado que en el caso de ser asesinado ‘’las aguas no se calmarían en 50 años’’. Y eso ocurrió. El crimen ocasionó gravísima conmoción que solo hasta ahora empezará a calmarse.
Varios presidentes han buscado la paz. Sólo hasta ahora, gracias a los esfuerzos del presidente Juan Manuel Santos, una verdadera revelación política, el país empieza a ver la luz al final del túnel. No se sabe con exactitud cuanta gente ha muerto, aunque sí se sabe cuánto ha costado la guerra: varios billones de pesos que hubieran podido invertirse en educación, salud y bienestar de todos los colombianos, en lugar de destinarse a la compra de balas, aviones y artefactos bélicos.
Aunque parezca mentira, hay colombianos que no quieren a paz. O si la quieren pero desean lucrarse políticamente con su oposición al gobierno, que no es perfecto pero está tratando de sacar al país del horrible hueco en que lo metió la violencia política, cuyos promotores algún día saldrán a la luz, como ocurrió con los asesinos del inolvidable Jaime Garzón o los culpables de los horrores de la violencia en Argentina. Un día, que ojalá no esté muy lejano, los colombianos sabremos quienes fueron los autores de la negra noche de la violencia, que no terminará todavía pero que disminuirá gracias al banquete de sapos que nos espera.
Por ahora, nos podremos distraer con otros temas, como la campaña presidencial, cuyos candidatos son paseo de personajes de segunda, el plebiscito de los jefes cristianos que busca evitar la adopción de niños abandonados, y la construcción del anhelado metro de Bogotá. GPT