Siempre le tuve como simple ciudadano, desconfianza al ambiciosísimo proyecto de represar al río Cauca para generación hidroeléctrica. Y la razón era sencilla, partía de reconocer la increíble fuerza hidráulica que desarrolla un río como el Cauca en su tramo bajo, cuando va con su caudal pleno, además encañonado luego de pasar por Buriticá y hasta salir a Puerto Valdivia; y para colmo, con una fuerte y continuada pendiente de descenso. Unas condiciones que no se comparan ni de lejos con las de los otros proyectos desarrollados en Colombia y, me atrevo a decirlo, en el mundo. En los setenta a los cacaos de la ingeniería antioqueña, se les hacía la boca agua hablando de ese, su sueño dorado. Viendo lo que está sucediendo, recuerdo lo que entonces pensé y me dije, la soberbia y/o codicia humana no nos puede hacer olvidar que con la naturaleza no se juega.
Empiezan a conocerse las primeras informaciones que parecen confirmar que en el caso de Hidroituango, se desconocieron las condiciones de la naturaleza, en este caso de la geología, que no es homogénea para grandes áreas sino específica para puntos determinados. Según el presidente de la asociación de ingenieros egresados de la cuasimítica facultad de Minas de la Universidad Nacional en Medellín, en 1970 cuando se evaluaron nueve posibles localizaciones de la presa “se detectó un deslizamiento a la izquierda del río” que posteriormente generó su represamiento que subió hasta Santa Fe de Antioquia. Cuando el estudio se retomó hace ocho años “la ingeniería se concentró en las obras civiles y olvidó la amenaza del deslizamiento”. Lo anterior si es cierto, es gravísimo y denota una irresponsabilidad técnica, administrativa y política de naturaleza criminal.
En segundo lugar, parece que por el afán por terminar la obra, se estableció un programa de aceleración del proyecto que sería la razón por la cual, según el vicepresidente de negocios de EPM, se decidió sellar dos de los tres túneles de desviación del cauce del río y esto en medio de un crudísimo invierno y con la obra inconclusa, con su ejecución en el 83%.
Reaparece entonces en escena el problema geológico que habría sido subestimado con el derrumbe del túnel restante. Se estaría frente a un afán que igualmente puede ser criminal y ciertamente inmensa e innecesariamente costoso en términos de riesgos para las poblaciones aguas abajo de la obra, para la conclusión del proyecto que puede demorarse hasta dos años más y en los sobrecostos que todo esto acarreara.
Se habría pasado por encima no solo de la naturaleza sino de la técnica, al establecer por razones financieras y/o políticas plazos arbitrarios que acaban por poner en peligro lo que se quiere realizar. Se asimila este caso a los problemas de fondo que bajo la presión por imponerle a las negociaciones en la Habana un cronograma político que iba a contrapelo del ritmo de una negociación bien compleja, dejaron tremendamente debilitada la capacidad de materialización política, financiera e institucional de unos acuerdos firmados de afán, con un alto grado de irresponsabilidad política. Ambos casos son expresión patética del mismo espíritu de sobradez que ha invadido al campo de la política y de las decisiones públicas, que frecuentemente terminan vueltas añicos por la despiadada realidad.