Irán, Grecia, Turquía, China, India, Rusia, Corea, estados modernos que hoy vemos nombrados permanentemente en los medios de comunicación como focos de conflicto, unos contra otros, o varios contra occidente, específicamente Estados Unidos y la Unión Europea. Pero si cambiamos esos nombres de estados modernos a sus pasadas civilizaciones vemos un panorama histórico de regreso. En el mismo orden que nombre los estados, estos serían sus modelos civilizacionales: Imperio persa-sasánida, Imperio bizantino-otomano, imperio chino, imperio ruso, la cultura indochina. Y si lo ponemos en cuanto a religiones, el panorama se complica: zoroastrismo-musulmán chiita, cristiana ortodoxa griega-musulmán sunita, budismo-taoísmo, cristiana ortodoxa rusa, chendoismo (mezcla de budismo y cristianismo), frente a un occidente cristiano protestante-católico. Esos estados nacionales de hoy son muy conscientes de su pasado histórico. Solo basta oír al presidente Erdogan de Turquía hablando de su pasado imperial, o ver la actitud del presidente Putin como nuevo zar ruso, o a la China de Xi, quien habla siempre de su civilización de cinco mil años. Hoy vivimos un mundo muy complejo, de renacimiento de la conciencia civilizacional, de un desarrollo tecnológico a punto de dar un cambio total a nuestras formas sociales, de una inmensa población humana que pasó ya los límites de recuperación de los hábitats planetarios; ésta es una realidad que la civilización humana no ha vivido, y los más perdidos llaman a pensar el mundo con las ideologías del siglo XIX, a las cuales llaman progresismo.
Y a todo esto se enfrenta el modelo occidental de democracia liberal basada en la libertad individual, la economía de mercado y laicismo. Y aunque el modelo de economía de mercado ha sido hasta hoy el de mayor éxito para luchar contra la pobreza, también probó no ser sostenible pues se hacía contra el ambiente. Y la sociedad del bienestar que éste modelo económico-político creó, resultó ser altamente dependiente de la estructura poblacional y de la madurez política; cuando lo primero cambió, el modelo degeneró hacia inequidad social. Por primera vez el modelo tenía problemas, y la mayoría resolvió que lo más inteligente era volver atrás a mirar modelos fracasados, creando fanatismos extraños, en vez de surgir líderes que rectificaran el modelo, dejando vivas sus bases.
La democracia liberal es minoritaria a nivel mundial. Prácticamente todos los estados mostrados no han vivido nunca el modelo de democracia liberal, o si la han tenido, ha sido restringida como en Latinoamérica. Irán, el antiguo imperio persa, ha pasado del coloniaje a la dictadura y al estado confesional. Grecia es un estado débil de la Unión Europea con períodos dictatoriales y aventuras populistas. Turquía vivió un despertar semidemocrático con la revolución de Mustafá Kemal de 1923, que hoy quiere reversar Erdogan. China fue imperio invadido hasta la llegada del comunismo y su aislamiento posterior con la revolución cultural de Mao, que la hizo pobre entre las pobres, hasta la llegada de Deng Xiao Ping y la aparición de la economía de mercado. Sigue siendo comunista. India fue colonia hasta 1947 y desde entonces lucha por lograr el desarrollo, en una sociedad estructuralmente dividida en castas; la pobreza es estructural. Rusia siempre ha vivido en la autocracia; el pueblo ruso siempre necesita un padrecito con aires imperiales. Corea del Norte es hoy junto a Cuba uno de los dos estados jurasícos del planeta. Corea del Sur, en contraste acogió el modelo occidental y hoy es un país rico, sin ánimos de retroceder. Esos países son más de la mitad de la población del planeta. Si le sumamos el tercer mundo, lugar de residencia del populismo, junto a España e Italia, realmente la democracia liberal es el modelo minoritario del planeta. Y hoy muchos la quieren declarar muerta. En particular muchos “intelectuales”, políticos y periodistas “progresistas”.
La crisis económica de 2008 la produjo una burbuja inmobiliaria cuando el sistema financiero dejó de ser un medio para un fin, dar soporte a la economía real, y se convirtió en un fin en sí mismo, la especulación con el dinero, como lo dijo Gillian Tett en Foreign Affairs. Cobrar el precio real de productos contaminantes, que incluya su huella de carbono es una forma de hacer el crecimiento económico sostenible. Crear barreras contra los enemigos de la democracia liberal es otra necesidad; no se puede permitir que, con mecanismos democráticos influenciables como las elecciones, anti demócratas como Hitler y Chávez accedan al poder. Volver a una economía de pleno empleo con control inflacionario, que implica una lucha con el poderoso sector financiero, es lograr equidad sin populismo. Tener sistemas jurídicos que desarrollen estos principios y no modelos estatistas, es una necesidad urgente. Y entender y conocer esos modelos civilizacionales nos permitirá buscar puntos de acuerdo. Alguien dijo, que el mejor antídoto contra las malas ideas, son las buenas ideas, y por eso volver a hacer exitosa la sociedad del bienestar occidental, es la mejor defensa a los ataques externos e internos. Debemos lograr, como lo hicieron esos estados, conciencia civilizacional, que en nuestro Occidente se traduce en lograr desarrollo espacial sostenible en una sociedad de iniciativa individual, y libertad personal y social.