En un reciente viaje en avión, iba a mi lado una muchacha bonita aunque gordita, rechonchita, piernoncita y muy risueña. Mientras se acababa de llenar el avión, la chica aprovechó para hacer o contestar una llamada. Yo paré la oreja, no porque sea chismoso, ni porque me guste escuchar conversaciones ajenas, sino porque ella hablaba duro y no me dejaba concentrar en la revista que había encontrado en el bolsillo del asiento. Se trataba de un enamorado, alguien que le arrastraba el ala, pero a quien ella no aceptaba fácilmente, aunque –pienso yo- ambos se gustaban.
Palabras más, palabras menos, esto fue lo que oí. Aclaro que sólo digo lo que le escuché a mi vecina. La voz del otro lado, tipo o tipa (uno ya ni sabe), no alcancé a escucharla, por más que estiré mis audífonos: “Hola, ¿qué tal? ¿Perdida yo? Nada. En el mismo lugar y con la misma gente. ¿Ah, sí? Nada de eso. Juiciosita. Al pie del cañón. ¿Y tú, por qué no me invitas? ¿Todo yo, todo yo? Fíjate que ni siquiera me conquistas con un ramo de empanadas. Conquístame y verás. Pero así no podemos…”
No quise escuchar más. ¡Conquistar con un ramo de empanadas! ¡Habrase visto! Sentí náuseas, fastidio, un no se qué en no se dónde. Miré a la muchacha y estuve tentado a decirle: “Con razón esos gorditos, y esa barriguita y esa papada”. Afortunadamente vino en mi ayuda la voz de la azafata: “Por favor, abrocharse el cinturón y colocar los celulares en modo avión”.
En mis tiempos se enamoraba con ramos de rosas o con serenatas, y si el bolsillo vivía limpio como en mi caso, con unos versos o un acróstico o algo así. ¡Pero un ramo de empanadas! ¡Válgame Dios! ¿Qué va a pasar con este mundo? ¿A dónde hemos llegado?
Ahora recuerdo a un amigo escritor, poeta de los buenos, que enamoró a una muchacha con un poema. Ella se doblegó ante tanto amor, con esos versos que le estaba improvisando. Al poco tiempo, la muchacha descubrió que el poema, su poema, ante el cual ella había sucumbido, ya se había publicado en una revista y estaba dedicado por el mismo escritor a otra amante. Con trifulca terminó aquel romance forjado entre versos.
Pero el incidente de la muchacha del avión, me abrió varios interrogantes: ¿Por qué una mujer que anhela ser conquistada y dejarse conquistar, pide que la motiven con algo tan material como empanadas, por sabrosas que sean? ¿Afrontaba problemas de escasez y viajaba con hambre?
Sin embargo, a juzgar por su figura, rechonchita como ya dije, no se veía que estuviera atravesando una situación difícil de alacena y comedor. ¿O acaso la pandemia le abrió un apetito voraz? ¿O el chip de las vacunas le impuso la necesidad de vivir obsesionada por las viandas? Nótese que habló de empanadas, en plural. No, de una empanada. O sea que cualquier Perico de los Palotes, que le ofrezca sólo una empanada o una arepa o un palito de queso, no puede engrosar la lista de los aspirantes a cautivarla.
¿O sería que ella no hizo el 31 de diciembre la promesa de todas las mujeres: “Después de Reyes comienzo la dieta y los ejercicios?”
Pero hay algo más grave, en mi concepto: Por su garbo y su desparpajo y su alegría, se podría adivinar que es una muchacha cucuteña. ¿Por qué, entonces, no pidió que la conquistaran con pasteles de garbanzo?
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