El irresponsable, arbitrario y soberbio presidente Trump puede sin embargo dar luces para entender mejor el comportamiento político en el país, especialmente frente a las elecciones del domingo próximo. Trump es impredecible porque se mueve más por el instinto, por el impulso que por el frío análisis; no confía ni en asesores ni en comités. Maneja ideas fijas, simples y rotundas, sin dobleces ni matices, las cuales no oculta y por el contrario predica de continuo. Sectores importantes de esa sociedad se sienten interpretados por el discurso de Trump tanto del candidato como del Presidente, pues en los temas centrales no existe diferencia entre lo que propuso y lo que ejecuta como presidente.
¿Y esto que tiene que ver con nuestra elección del próximo domingo? Con un punto que es definitivo para entender la actual coyuntura electoral. La política que propuso Trump era, para sus electores, clara y coherente en su lógica y propósito, presentada y ejecutada con energía. Para ellos, la imagen y la actuación presidencial de Trump eran y son absolutamente creíbles; no se sienten engañados. Sea lo que sea es coherente. Hay consistencia.
Con esto en mente vale la pena aproximarse al proceso colombiano, para apreciar si la imagen que tanto Duque como Petro le presentan al elector, expresan precisamente esa consistencia tan importante para generar confianza. La forma como se han desenvuelto sus campañas dan pistas sobre cómo se desarrollaría su gobierno y ello tampoco cimenta la confianza del elector.
Petro tiene un sueño, un relato atractivo de una Colombia posible, que va modificando, acomodando para llegarle a más posibles electores, lo cual ya no es claro lo que de verdad propone; dudas agravadas por su temperamento envuelto en aires mesiánicos, autoritario cuando no francamente arbitrario, y por el recuerdo de una administración montada en una relación caudillista con el pueblo, que planteó muchos temas importantes, muchas buenas ideas que nunca se realizaron.
Para las aspiraciones de Petro ha sido fundamental que se perciba el peligro de regresar a épocas oscuras y violentas que implicaría una presidencia de Duque. A su vez, las posibilidades de Duque dependen que Petro sea un candidato fuerte, percibido como una amenaza, más allá de que Duque haya pretendido presentarse como la versión último modelo del Uribismo - urbano, cosmopolita, joven, sin ataduras con un pasado agrario premoderno y violento -, que busca identificarse y abrirle nuevos horizontes a una juventud emprendedora, ciudadana del mundo, que rechaza la violencia pasada y la corrupción.
Una propuesta que no es creíble por la sombra de su mentor, agravado con aquello que se ha visto en la segunda vuelta: un Duque rodeado de lo más gastado, desprestigiado y corrupto de la vieja política, que permite avizorar que en su gobierno se reditaría mucho de lo que mayoritariamente el país rechaza.
Con cualquiera de estas dos opciones, Colombia se mantendría sumida en la polarización estéril, no transformadora, en que ha estado desde la llegada de Álvaro Uribe a la presidencia hace ya 16 años. No veo que el domingo se pueda dar un primer paso que sea transformador. Quien quiera que quede de presidente, considero que la situación actual no conocerá un cambio significativo.