En este 2021 se cumplen los 200 años de la Constitución de Villa del Rosario, con la cual se consolidó el nuevo rumbo institucional de Colombia, tras la gesta de la independencia. Fue el amanecer de la República, ya libre o en la perspectiva de dejar atrás la dominación colonialista de España, el resultado de la lucha de los patriotas. La semilla del nuevo pensamiento había germinado hasta fructificar. A partir de allí se da el desarrollo nacional con sus variables políticas, sociales y económicas, para llegar a lo que se tiene hoy.
La construcción de la nación colombiana no se ha agotado y el compromiso de continuar impone mayores responsabilidades. Hay mucho por hacer, con espíritu de cambio, con dinámicas renovadoras, con visión que trascienda el cortoplacismo y erradique los factores de atraso, de discriminación clasista y prejuicios cavernarios. Se impone un liderazgo de avanzada, capaz de desmontar las estrecheces de la ignorancia, el servilismo, el dogmatismo ideológico y las aberraciones de la desigualdad. Ya es tiempo de contar con una sociedad que integre y no divida, una sociedad en que la libertad no sea un privilegio de casta sino una condición inherente al ser humano.
A lo que ya se hizo hace 200 años, más lo que se ha agregado, tiene que seguir el fortalecimiento de la democracia. Un salto largo para ganarle distancia suficiente a quienes prefieren mantener rezagado el país en la violencia, en la pobreza, en la frustración y el hastío. Se trata de hacer sostenible la democracia, con participación ciudadana en el manejo de los bienes públicos, con educación sin restricciones, con protección ambiental, con salud garantizada, con empleo como derecho y no como dádiva clientelista. Esos objetivos tienen sus oponentes, claro está, por lo cual habrá debate y eso no está mal. Es propio de la democracia. Pero se requieren garantías para todos. Y una regla prioritaria es la de que se proceda con honradez, sin tergiversaciones. Quienes estén del lado de un cambio de rumbo deben obrar con sujeción a ese propósito, conscientes de que no se trata de un torneo entre narcisistas sino de dirigentes que sobreponen los intereses colectivos a los particulares. Y eso obliga a tomar decisiones asumiendo que la unidad basada en los principios debe contar. Si no es así, se corre el riesgo de abonarle el camino a opciones que no ceden en su empeño de insistir en la fórmula de “más de lo mismo”.
Para una Colombia en que además de preservar la institucionalidad ganada, se promueva un nuevo rumbo, se debe contar con dirigentes de convicciones democráticas libres de toda mala sospecha. Es lo que impedirá caer en la arena movediza del egoísmo y la mezquindad.
Puntada
En el plan de vacunación no es posible que Cúcuta quede en condición marginal.
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