Diversos estudios concluyen que la corrupción es el mayor flagelo a nivel mundial, y su ingerencia global alcanzaría los US$ 2,6 billones de dólares lo que equivaldría al 5% del PIB global. Según Latinobarómetro en el 2019 los habitantes de Brasil, Colombia, Perú, México, Paraguay, Rep. Dominicana y Bolivia señalaron la corrupción como el principal problema de sus países.
Odebrecht, bien conocida empresa brasilera es sinónimo de manejos turbios, al punto que llegó a involucrar en 10 países de la región, a los tres Poderes del Estado a más de los Partidos Políticos, terminando de minar la ya deteriorada confianza en las instituciones públicas, no debiendo olvidar que los privados no son exactamente santas palomas.
El combate a esta lacra no goza de buena calificación ciudadana, y ello se sustenta en que en vez de disminuir año tras año ella aumenta. También es de fijar la vista en que si bien los marcos normativos han mejorado, en cambio falta mucha solidez institucional y si a ello le sumamos la mezquindad política entonces las reformas pierden perfil y efectividad.
Ni ante la pandemia del COVID la corruptela ha bajado el moño, llegándose en no pocos casos a comprobarse pagos de sobreprecios de suministros básicos, tráfico de influencias en los sistemas de salud o desvío de recursos.
En este cuadro, el narcotráfico y el crimen organizado están en el entramado que sustenta a la corrupción, aprovechándose de la creciente inestabilidad política y social, debilidad del Estado de Derecho y de sus organismos de control en todos nuestros países en mayor o en menor medida.
Todos sabemos que la demanda de cocaína ha significado miles de hectáreas deforestadas en la Amazonía, a la vez que contaminación de ríos y lagos, arrasamiento de territorios de pueblos indígenas -incluso algunos no contactados- por narcos, sicarios y colonos. Y desde Marzo de 2019 en que irrumpiera la pandemia en Occidente, este turbio y multimillonario negocio ha sufrido restricciones, pero en su esencia se mantiene incólume. Uno de los hechos más complejos, es que para muchos agricultores medios y pequeños la coca es además de su fuente de trabajo su salvación porque hasta ahora los cultivos sustitutivos no alcanzan los precios exorbitantes de la hoja y su derivado que es el clorhidrato.
Lo más probable es que la crisis económica acentuada por la pandemia, a lo que se puede agregar una alta informalidad laboral en Latinoamérica, lleve a que más y más jóvenes desempleados caigan en manos de bandas criminales, lo cuál puede desencadenar una ola de violencia aún mayor.