Es una lástima que no tengamos en Colombia voluntad ni espacio para examinar la conducta del Gobierno y de sus grandes amigos. ¡De cuántas cosas interesantes podríamos hablar!
Nada volvió a decirse, porque nadie volvió a preguntar, qué fue aquello del salto de garrocha que tuvo la sociedad personal del Presidente, llamada Bance S.A, precisamente en el año en que adelantó su primera campaña. Fueron unas utilidades descomunales, que nunca se tomó el trabajo de explicar. Se amparó Juanpa en la tupida maleza del silencio periodístico, y estuvo. Asunto concluido.
La quiebra de Saludcoop tendría agitada la opinión en cualquier lugar del mundo. Y no solo por sus azarosas circunstancias ni por su monto enorme. Porque en la Junta Directiva del pequeño monstruo campea a sus anchas, como por muchos años, un hermano del vicepresidente de la República. La de Saludcoop es una quiebra fea. Con disposición abusiva de excedentes que se manejaron como si se tratara de la caja menor del señor Palacino. Luego, con déficits que se han traducido en pésima atención a miles de víctimas. Con cuentas alrevesadas que quieren encubrir lo que ha pasado. Y el desenlace es simple: billones de pesos que pagaremos entre todos y cuatro millones de personas que se le tiran encima a Cafesalud, con los catastróficos resultados que cabe esperar.
A Saludcoop le sigue Caprecom, coto de caza de políticos de mucho nombre y cortos escrúpulos. Se habla de un faltante final de ocho o nueve billones de pesos, que la Nación no tiene con qué cubrir. Para eso están los créditos externos, dirán los indignos aprovechadores de esta otra fuente viva de recursos públicos que saltan a los bolsillos privados.
Y ahora viene la carretera hacia Anapoima, curiosamente el sitio donde queda la finca de descanso de Juanpa y de los suyos. Es una carretera innecesaria, si se la compara con las muchas que el país tiene pendientes. Pero ninguna tan importante como la que multiplicará, en valor de uso y de cambio el patrimonio presidencial. La carretera hacia Anapoima valdrá, calculado el costo a precios de licitación, sin los consabidos ajustes, las obras adicionales, los imprevistos, la friolera de ochocientos cincuenta mil millones de pesos. Pero no importa. Con tal de que el señor Presidente quede contento, nos sacrificamos entre todos por esta obra superflua.
Falta por tratar la Universidad de la Fiscalía, que se va a convertir en algo como un centro de estudios tecnológicos, antes de que la cierren del todo. Esa Universidad es una estafa a los estudiantes y un inmisericorde desfalco a las cuentas nacionales. Montará la pérdida decenas de miles de millones de pesos, pero tampoco importa. El Fiscal pudo sacarse fotos, hacer anuncios y prometer imposibles. ¿Qué más se puede pedir?
Faltan algunas pequeñeces. Como un contratico de mil trescientos millones de pesos para la señora Natalia Springer, que de especialista en Derechos Humanos saltó a especialista en construcción de vivienda, sin solución de continuidad. Pero la contrata el Vice Ministro de Vivienda, que ahora, de casualidad, es su noviecito.
Y quedan faltando los demás contratos del Fiscal, y los de Sergio Jaramillo, y apenas empezamos. La moral pública no ha sido, bien se ve, la hija predilecta de este gobierno. Pero nosotros, los colombianos, sí somos los grandes majaderos de la Historia.