Sucedió la semana pasada, con motivo del Congreso de Historia, que se reunió en Villa del Rosario para conmemorar los doscientos años de la primera Constitución de Colombia.
Llegaron historiadores de varias regiones del país y hasta del exterior. Trajeron conferencistas destacados, dictaron charlas, hicieron conversatorios y organizaron mesas de trabajo.
Algunos de los asistentes se pegaban sus escapaditas para conocer a Cúcuta los primerizos, o para volver a recorrer sus calles anchas y arborizadas los que ya la conocían, o para probar pastelitos de garbanzo en La Dacha, o para mirar arreboles en los atardeceres, o disfrutar de la visión del Faro del Catatumbo cuando ya las sombras han cubierto el horizonte. Y hasta para descansar de algunas tediosas conferencias.
Porque en los congresos hay de todo: buenos y malos expositores, buenos oyentes y oyentes dormilones, organizadores que miran a los demás por encima del hombro, dotores que se creen la vaca que más boñiga deja, pero también visitantes que llegan con nobleza y deseos de aportar. De todo, como en botica, según los viejitos. De todo en la viña del Señor, según la Biblia.
Por eso es que algunos prefieren escaparse a ratos y aprovechar esos momentos para caminar, o ir a la iglesia, o visitar amigos.
-No he visto en el Congreso a Pablo Chacón Medina –dijo, cierta tarde, una de las voces más autorizadas del Encuentro, Antonio Cacua Prada, peso pesado entre escritores e historiadores del continente.
-Pablito está retirado a sus cuarteles de verano y viento-contestó alguien.
-Me gustaría visitarlo, es mi gran amigo –dijo Cacua.
-Lo acompaño –dijo Eduardo Durán Gómez, ex presidente de la Academia Colombiana de Historia, cucuteño por adopción matrimonial, escritor y miembro de la Academia de Historia de Norte de Santander.
Por allí andaba Carlos Rodado Noriega, ex ministro, ex embajador de Colombia y miembro de la Academia Colombiana de Historia, quien al escuchar lo que se estaba programando, metió la cucharada: “Soy amigo del Dr. Chacón Medina. Me les pego”.
Buscaron, entonces, un guía, y nadie mejor que el presidente de la Academia de Historia de Norte de Santander, Ólger García Velásquez, convencionista y amigo a carta cabal, quien no lo dudó: “Claro que yes –dijo con su tonito fiestero-, vamos y lo visitamos y le hacemos algún reconocimiento”.
Y así fue. Cuando iba saliendo la gallada, se les unió un sanandresano, presidente de la Academia de Historia de San Andrés y Providencia, deseoso de conocer al tal Pablito, del que se referían en tan buenos términos. Y es que, quien conozca de cerca a Pablo Chacón Medina sólo puede referirse de él en buenos términos: gentilhombre, amable, generoso, amigo de la cultura y de las letras, abogado que hizo historia en sus épocas de litigante, escritor, improvisador de versos, buen orador y estudioso de los clásicos.
Así, pues, la comitiva de honor, le llegó esa tarde a la modesta pero cálida vivienda, donde Pablo, acompañado de su diligente esposa Marta Blanco, vive una vida de sosiego, entregado a sus dos grandes pasiones: la lectura y la escritura.
La visita no sólo fue de carácter social. Allí, el ex presidente de la Academia de Historia de Norte de Santander, Chacón Medina, y miembro de varias instituciones culturales del país y del extranjero, hizo demostración de sus dotes de repentista literario, de sus conocimientos de historia y de su cultura universal. Los visitantes asistieron, así, a una de las mejores sesiones del Congreso y se llevaron el mejor trofeo: La amistad de Pablo Chacón Medina. La montaña fue a Mahoma.
gusgomar@hotmail.com
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