Nicolás Maduro vuelve a cerrar la frontera; su peor hijo se sigue ensañando con Cúcuta. Juan Manuel Santos y su gobierno reciben premios y premios, pero no dicen nada de la frontera. Queremos negociar gasolina con uno de nuestros grandes detractores, el impuesto gobernador Vielma Mora del Táchira. Y todo pasa sin que los cucuteños exijamos respeto.
Cúcuta viene transitando, ya por décadas, un camino solitario de falta de propósito, de una visión de ciudad, de concepción futura que la volvió bipolar. Pasamos de la euforia de región petrolera a la depresión por no contar con suministro confiable de una canasta energética competitiva. Del regreso de la gasolina a peso, al cierre de la frontera porque el régimen venezolano achaca el derrumbe económico a “conspiraciones externas”, en una forma de pensar cada vez más tosca. Del repunte de compras por la bajada del IVA al dolor que se volvió de 19%. De la propuesta de ciudad innovadora a no tener la infraestructura para hacerlo. De esperar que el desarrollo venga de la mano del Gobierno Nacional a la realidad que el Gobierno ni nos mira. De exigir a las autoridades locales presencia centralista en la ciudad a ver como cada autoridad tiene agenda propia y coincidente con la nacional, a costa de la región. Llevamos ya tres décadas de paliar la crisis, sin buscarle solución real, parados en expectativas de regreso al pasado mientras los verdaderos esfuerzos empresariales, en ocasiones casi quijotescos, buscan dar a la ciudad un nuevo aire. Pero la realidad los afecta.
Es hora que Cúcuta de la mano de verdaderos dirigentes, que tenemos con la juventud y preparación para hacerlo, se salga del modelito comercio-estado nacional y con carácter planteen para la ciudad verdaderas soluciones de largo plazo, donde podamos dominar el minimalismo mental al pensar solo “proyecticos” de la mano de consultores nacionales, desconocedores de la realidad nacional. Y hay que enfrentar duras batallas pues en Bogotá, como lo hemos visto en este proceso Santos, el mamertismo se ha desaforado y de mano de él, varios de nuestros burócratas, a quienes he oído, piensan que a Cúcuta hay que dejarla marchitar pues el futuro con Venezuela es por Barinas y el llano, la tierra de Chávez.
Pero la batalla más dura es con nosotros mismos y esa mentalidad de pueblo pequeño que tenemos y que alguna vez cité del libro de Julio Pérez Ferrero. Quien ha propósito escribió que la sociedad del tren en Cúcuta tuvo cuatro enemigos. Los maracuchos, que nos consideraban apéndice de ellos y por eso nos cobraban impuestos nacionales en el sistema férreo y no podían permitir “independencias”. Los bumangueses que querían sacar su propio tren al Magdalena medio y veían en el de Cúcuta una competencia indeseada. Los ocañeros porque el tren pasaba por el Catatumbo aislando aún más a la provincia de Ocaña. Y los cucuteños, que decían que para qué nos metíamos en grandes proyectos, que Cúcuta era para cositas.
Eso mismo se lo oí decir en las pasadas campañas electorales a un candidato y a un secretario de hacienda municipal, hace ya algunos años.
Los cucuteños nos hemos especializado en buscar un problema en cualquier solución y en despotricar contra lo que otros hacen, para después declararse padres de la idea. Ese es el caso de Termotasajero, que según me contaba Alberto Estrada Vega, su gestor, tuvo toda clase de enemigos y que se pudo hacer con la ayuda de Carlos Rodado Noriega. Una vez en marcha nuestros eternos dirigentes mencionaban su vital participación en el proyecto. Somos nuestro peor enemigo.
2017, un año que se ve muy difícil en lo económico, sería bueno para iniciar un gran propósito de ciudad que incluya recuperar la hacienda pública que hace ya muchos años está en manos de empresarios electorales y definir una verdadera organización empresarial privada, algo así como un observatorio de ciudad, para definirnos al futuro.
Agradezco a mis lectores por su paciencia y deseo a todos una feliz Navidad y un Año Nuevo, que nos fortalezca como región y no nos siga dejando en el atraso. Deseos utópicos, pero es tiempo de fantasía.