Ese día Papá Noel se levantó cansado. No había dormido bien, a causa de un sueño que lo despertó varias veces en la noche. Soñó que los renos se habían convertido en tortugas, por un maleficio de la bruja Herminia. El año anterior había tropezado en los aires con Herminia, quien le reclamó que nunca les llevaba regalos a sus hijos. “Ustedes son una familia de incrédulos y yo sólo les llevo regalos a los que creen en el niño Dios”, le había respondido Noel. La bruja juró venganza y ahora lo atormentaba en sueños.
Papá Noel sabía que, si el sueño se le hacía realidad, a paso de tortuga no podría cumplir con su tarea de repartir todos los regalos la noche de Nochebuena. Sin poder dormir, se levantó varias veces al establo a comprobar que sus renos se hallaran en perfectas condiciones.
En efecto, allí estaba Rudolf, el reno líder, con su roja nariz y sus patas gruesas, orgulloso de sus astas en forma de canastillo, y de su liderazgo. Era Rodolfo el que, enjaezado con lazos de rojo y verde, encabezaba los largos viajes por el espacio, más allá de las nubes, señalándoles el camino a los otros ocho renos, que tiraban del trineo cargado de regalos. Era Rudolf el que esquivaba tormentas y remolinos de viento para evitarle contratiempos a Noel. Rudolf animaba a la rena Cometa, cuando sus débiles piernas comenzaban a fallarle. Rodolfo les llamaba la atención a Saltarín y Brioso, si en vez de trotar corrían a los brincos. O con una mirada frenaba los juegos de fuego de Relámpago y de Trueno. En cambio danzaba con Danzarín y disfrutaba con la rena Bromista y sobre todo se extasiaba con el romanticismo de Cupido. Papá Noel tenía muy claro que mientras Rudolf estuviera en perfectas condiciones, los otros animales funcionarían sin contratiempo alguno.
Todo había sido un sueño, pero Noel se sentía mal. Tenía fiebre, dolor de huesos y desánimo total. De nada le valieron los bebedizos de jengibre que le hizo Noela, su esposa. Cuando perdió el olfato y el gusto, la mujer lo llevó al examen del Covid. El resultado fue positivo. ¡Y faltaban tres días para la jornada de entrega de regalos!
¿Qué hacer? ¿Dejar sin regalos a los millones de niños del mundo entero? ¿Echar por la borda toda la tradición de hacer felices a los niños la noche de navidad? Papá Noel estaba acongojado y mamá Noela y los renos.
Lo primero que se le ocurrió a Noel fue llamar a sus colegas de otras regiones del universo y pedirles que le ayudaran en la distribución de los obsequios. Les escribió por WhatsApp a San Nicolás, de Asia menor; al Abuelo Invierno de Rusia; a Santa Claus, el gringo. Pero todos dijeron estar ocupados en sus regiones y no podrían darle una manita al viejo Noel, ahora contagiado del mortal virus.
Pero las mujeres para todo tienen solución:
-Yo tomaré tu lugar –le dijo Noela al viejo. Me pondré barbas como las tuyas, me agrandaré la barriga, me vestiré de rojo y me iré por los caminos de Dios haciendo las entregas.
-Pero no tienes voz de hombre para hacer mi jo jo jo.
-Grabaré tu voz. Pediré prestado el viejo megáfono que alguna vez usó un alcalde en alguna ciudad, y pondré tu grabación.
Y así fue. Desde entonces abundan las Mamás Noelas, el único oficio que les faltaba a las mujeres para igualar a los hombres. Con ellas, las navidades son más tiernas y más alegres. Y las gorditas consiguen trabajo.
gusgomar@hotmail.com