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Cultivar coca: ¿nuevo derecho fundamental?
Exigían la presencia de altas autoridades nacionales e internacionales, y en especial la del defensor del pueblo.
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Martes, 28 de Noviembre de 2017

Juan Diego nació, por cesárea, el martes 23 de octubre del presente año en el hospital Emiro Quintero Cañizares de Ocaña. Sus ilusionados padres están en la alegría de la juventud. El joven es mi pariente por el lado de mi madre. Aunque rozagante y de un peso superior a cuatro kilos, Juan Diego presentó una alarma cardíaca. Los médicos estimaron que debía ser trasladado a otro lugar con mejores dotaciones. Por la urgencia se escogió a Cúcuta. Nadie imaginó el viacrucis que representaría el viaje. 

A las cinco y media de la tarde del miércoles emprendieron la marcha en una ambulancia con un médico y una enfermera a bordo. Al llegar al Alto del Pozo encontraron que los campesinos cocaleros habían obstruido la vía. (Que se sepa, por el entorno no hay cultivos de coca). Pedían respeto a sus derechos, a sus derechos a sembrar, procesar, comercializar, exportar  y vivir de la coca. 

Exigían la presencia de altas autoridades nacionales e internacionales, y en especial la del defensor del pueblo. El chofer de la ambulancia les explicó a los líderes enmascarados que llevaba una mujer en situación delicada y un niño de dos días de nacido con problemas cardíacos. Los líderes se rehusaban a permitir el paso, pero ante tantos ruegos cedieron.  

Llegaron a Sardinata. Otros cocaleros que clamaban por sus derechos habían estado en la entrada a Las Mercedes, pero un escuadrón del Esmad había despejado de palos y piedras la carretera. El joven padre se apeó a colaborarle al chofer a quitar los obstáculos aún presentes. 

Continuaron la ruta confiados en que no tendrían más tropiezos. Vana ilusión. Cuando la ambulancia, con su carga de enfermos, llegó a la Y de Astilleros, no pudo pasar. Los cocaleros no se encontraban ya en el lugar pero habían dejado su huella: un inmenso  árbol, tan grande como arrancado de cuajo, atravesado de extremo a extremo. Las manos y las fuerzas del angustiado padre y del chofer fueron impotentes para levantar semejante tranca.  La situación se tornaba insalvable. No hubo otra solución que regresar a Sardinata y tomar la vieja y abandonada carretera que comunica con Lourdes y Gramalote para luego salir a San Cayetano. Es decir, recorrer unos cuarenta kilómetros más. 

La ambulancia daba tumbos espantosos. La madre se quejaba por el efecto en la herida de la cesárea y sufrió trastorno y vómito. 

Quienes pasamos por esa carretera hace lustros podemos dar fe de los horribles cráteres, precipicios y peligros en aquel tiempo. ¿Qué diremos hoy en día? 

Esta historia tuvo un final feliz, gracias sin duda a la pericia y entereza del chofer. A las dos de la mañana del jueves estaban en Cúcuta, tocando a las puertas de una clínica. La madre ingresó a urgencias y el bebé a la Uci. Juan Diego está a salvo y se recupera rápidamente. El soplo inicial de su corazoncito desaparecerá en un mes, aproximadamente, según me refería el  especialista en neonatos, que para mayor tranquilidad de todos resultó ser un pariente mío. 

¡Qué ironía! Un puñado de revoltosos en la carretera vocifera por un sinnúmero de derechos, pero no tiene compasión de seres indefensos. Ese puñado, envalentonado, tiene arrodillado al gobierno pusilánime y complaciente, mientras los derechos de la inmensa mayoría de los colombianos que respeta la ley, son ultrajados. 

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