Rosalía, una muchacha vecina de mi casa, jamás pudo casarse. Decían que la mamá del novio le había hecho brujería. La muchacha era bonita y tenía sus atractivos, pero no le caía bien a la mamá de Rubén, el novio. Era blanca, de ojos negros y un lunar cerca a la boca, como Cielito Lindo, la de la ranchera que hiciera famosa Pedro Infante.
Rosalía empezó a palidecer y a perder sus carnes. Se volvió flaca y “andaba en los puros huesos”. El novio la terminó cuando se percató de que a la muchacha le traqueaban las costillas y le tintineaban las corvas, cada vez que la abrazaba.
La mamá la llevó al médico, pero los exámenes no arrojaron evidencia de enfermedad conocida. No tenía la solitaria, ni dejó de comer. Pero se secaba a la vista de todos. Cuando el noviazgo terminó, ella recuperó algunas de sus carnes y algunos atractivos, mas entonces enfermó del mal de amor: Su tristeza y su depresión la alejaron del mundanal ruido. Se encerró en la casa, sólo salía a misa los domingos, rechazaba visitas y medicamentos, y se fue muriendo lentamente.
Yo no creo mucho en ese cuento de los males postizos, pero que los hay los hay, como decía Astete refiriéndose a las brujas.
Creo que ya conté el caso de unos duendes que maltrataban a cierta familia en una vereda cercana a Chinácota. Con Luis Roberto Parra Delgado y Luis Vicente Serrano Silva, amigos como yo de los fenómenos paranormales, nos fuimos una tarde a la casa de aquellos espantos. Lo que vimos nos dejó impresionados: las ollas en los árboles, los colchones en el patio, los niños con moretones en los brazos, lluvia de piedras sobre el techo. Luis Vicente y el Mono Parra, duchos en exorcismos y alejamiento de seres extraños, nada pudieron hacer en esa oportunidad. La familia debió abandonar la hacienda, pues de eso se trataba la brujería: sacarlos de aquel paraje.
Pero también existen procedimientos para atacar los maleficios: Rezos, oraciones, contras, purificaciones, rosarios al cuello, cuerdas de ramo bendito con los 33 nudos (los años de vida de Jesús) bendecidos el Jueves Santo, sahumerios y baños con las siete hierbas. Estas sustancias hacen beneficios y no causan ningún mal ni tienen contraindicaciones conocidas.
En Las Mercedes, alguna vez un campesino acudió al corregidor en busca de ayuda porque a Estrella, su única vaquita, se la estaban comiendo viva los gusanos. El corregidor, mi primo Gonzalo Ardila, ni corto ni perezoso, le hizo un rezo a la distancia y la vaca se curó. “¿Usted qué le hizo?”, le pregunté después a mi primo. “Recé un padrenuestro y le pedí al campesino que le pusiera mucha fe”, me contestó. La fe hace milagros, dicen los que saben.
Hace algunos años, el Cúcuta Deportivo entró en una crisis de gol. Todos los partidos que jugaba en el estadio General Santander, los perdía. Dijeron que la cancha estaba rezada, que un brujo le había puesto maleficio no al equipo sino al estadio. Entonces, Silvio de Moya, un curioso, que leía cartas y fumaba el tabaco, se apareció cierta tarde de fútbol en el General Santander, antes del partido, y regó el gramado con esencias y sahumerios. Esa tarde ganó el Cúcuta y siguió ganando.
Algo sucede con nuestra Selección. Algún maleficio le hicieron. Acabo de hablar con Reinaldo Rueda para que se bañe y bañe a sus jugadores con las siete hierbas: Salvia, romero, hierbabuena, albahaca, altamisa, ruda y rosas rojas. Si no ganan, por lo menos empiezan a oler sabroso.
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