Dos acuerdos de importancia mayúscula acaban de suscribirse en La Habana. Primero: el cese bilateral y definitivo del fuego, que significa que cesará para siempre la confrontación armada entre las Farc y la fuerza pública, decisión que incluye el respeto a la población civil.
Segundo: por fin se supo qué quiere decir la “dejación de las armas”, frase que tantas desconfianzas y críticas causó. Y que se traduce en que el desarme de las Farc deberá darse en tres etapas: los combatientes con sus armas se concentrarán en 23 pequeñas veredas de Colombia –de un total de 33.000– y el armamento se almacenará para no usarlo más y como un paso previo a transferírselo a los representantes del Consejo de Seguridad de la ONU –las principales potencias militares del mundo–, que lo tomarán y destruirán.
De lo anterior se concluye que las Farc están modificando su decisión política de hace medio siglo de desconocer la legitimidad del Estado y de alzarse en armas en su contra, por otra decisión política opuesta que reconoce el monopolio del Estado sobre la fuerza, que no serán una organización política con brazo armado y que no practicarán la llamada “combinación de todas las formas de lucha”, todo lo cual los lleva a desarmarse y a reintegrarse a la vida civil.
Afortunadamente, los hechos están confirmando que las personas y las organizaciones pueden cambiar sus puntos de vista y que la guerra, en este caso la lucha armada, no es el producto automático de la pobreza y de los pésimos gobiernos sino una decisión política, al decir de Clausewitz, que de la misma manera que se declara por unas razones, por otras diferentes puede renunciarse a ella.
Quien quiera podrá controvertir numerosos aspectos de una negociación por definición compleja. Incluso, el genuino respaldo del Polo Democrático Alternativo al proceso no significa que suscribamos cada palabra de lo acordado, pues al fin y al cabo no somos ni el gobierno ni las Farc. Pero si se pone en un lado de la balanza todo lo discutible del proceso y, en el otro, el desarme de las Farc, y ojalá el del Eln, sin duda pesará más lo positivo de ponerle fin a una lucha armada que “no cambió nada e hizo todo peor”, como bien lo explicó el sacerdote jesuita Francisco de Roux.
La pregunta que queda es la de qué tanto se superarán los demás problemas nacionales en razón de los acuerdos. Y mi respuesta es –advirtiendo que no lo digo como una crítica al proceso de paz, porque el solo desarme es de una importancia capital– que las cosas seguirán muy parecidas, empezando porque Santos seguirá en la Presidencia y él es causa clave de lo mal que funciona el país.
Ya un estudio de la Universidad de los Andes concluyó que son alegres las cuentas del gobierno sobre que en el posconflicto la economía crecerá a tasas muy superiores a las de años anteriores (bit.ly/29lNqqu).
Se sabe además que seguirán la pobreza, el desempleo, las fallas en salud y educación, la concentración de la riqueza, la crisis agraria e industrial, la corrupción de todos los tipos, entre otras lacras, porque Colombia seguirá gobernada por los mismos y regida por las fórmulas del Consenso de Washington, el FMI y la OCDE, que no solo la condenan al atraso, sino que le arrebatan hasta la potencialidad de crear riqueza.
Mas estas verdades, repito, no le quitan importancia a este desarme ni son críticas al proceso de paz, que no se diseñó para cambiar por otro el modelo económico, social y político vigente. Son apenas un recorderis que apunta a impedir que los juanmanueles se aprovechen de la euforia del fin de este conflicto para empeorar aún más un orden de cosas inicuo, como es su propósito.
Por último, este proceso de paz, a diferencia del que concluyó con la violencia liberal-conservadora y la confrontación con el M-19, se ha desarrollado con la dificultad de darse sin un acuerdo nacional y en medio de una gran intemperancia. Y esa parece ser una realidad que no se modificará en el corto plazo, por lo menos hasta que se finiquite su implementación legal, luego de aprobarse, como espero que ocurra, el plebiscito de refrendación.
Hago votos porque en algún momento se instale en la conciencia de todos los colombianos lo que he llamado el desarme de los espíritus, actitud que ha sido clave para superar definitivamente los conflictos armados –para la no repetición– y que no significa que cesen los desacuerdos y las controversias pero sí que estos se den con actitudes diferentes a las que reinan entre tantos en los períodos en los que son fuertes las confrontaciones armadas.