La semana pasada, mientras el acontecer colombiano giraba alrededor de la continuidad del paro, los golpes a la economía, el atentado en Cúcuta, los récords del coronavirus, y los partidos de fútbol, el mundo era testigo de dos cumbres entre líderes de las principales potencias: la del G-7, y la de Biden-Putin.
El Grupo de los Siete, creado en 1973, reúne a los países capitalistas de mayor peso político, económico y militar. Está integrado por Estados Unidos, Francia, Reino Unido, Italia, Alemania, Japón y Canadá, que representan el 58% de la riqueza neta del planeta, aunque en conjunto equivalen solamente al 9,9% de su población. Rusia ingresó en 1998 y el grupo se llamó G-8, pero debido a discrepancias sobre la OMC y la anexión de Crimea, dejó de pertenecer.
De los temas tratados, destaca la estrategia para contrarrestar el avance comercial de China que, con su ruta de la seda, basada en préstamos y obras de infraestructura, ha penetrado muchas economías del Tercer Mundo, incluidas las latinoamericanas. El hecho de por sí es una provocación al gigante asiático, que evidentemente ha reaccionado mostrando su molestia. La diplomacia estadounidense logró gestar la alianza, aunque Alemania, que tiene un gran comercio bilateral con China se haya opuesto, señalando que esa postura incrementa el entrelazamiento de China y Rusia.
El plan del G-7 consiste en suministrar ayuda financiera a los países pobres para permitirles desarrollar infraestructura. Esas poderosas naciones, sólo ahora que China parece incontenible comercialmente, reaccionan y ‘se apiadan’ de ese mundo en donde más de 2.500 millones de personas viven con menos de 2 dólares al día. Se les olvida que, por sus acciones, son corresponsables del aumento de la pobreza en América Latina y África. De todas formas, del plan no se dieron a conocer requerimientos ni cronogramas.
Como era obvio enviarle algún mensaje al mundo pobre, tan agobiado por el Coronavirus, se anunció la donación de mil millones de vacunas, aunque la OMS indique que se necesitan once mil millones. Ante los estragos padecidos por el Tercer Mundo, anhelamos que el anuncio se replantee en la cifra y que supere rápidamente la retórica. El otro punto clave de la reunión contempló el cambio climático, sobre el cual se acordó limitar el aumento de las temperaturas globales en 1,5 grados centígrados, reducir a la mitad las emisiones netas de carbono para 2030 y llegar a cero emisiones en 2050.
En resumen, una reunión cuyo punto mayor era contrarrestar el avance económico de China, aunque adobado con la dádiva de las vacunas y los buenos propósitos en torno al cambio climático.
La otra cumbre, la de Biden-Putin, había generado expectativas y, en términos mediáticos se quería espectáculo. Algunos periodistas señalaron que Biden no había logrado nada, dado que Putin había negado los ataques cibernéticos e ignorado la violación de derechos al opositor Navalni; olvidan que Putin también hubiera podido preguntar por la vulneración de derechos a los detenidos en Guantánamo, y a las negritudes, o por los ataques cibernéticos domésticos de USA. Siempre es más fácil juzgar al otro que juzgarse a sí mismo.
Las relaciones entre Rusia y Estados Unidos se encuentran en un punto de tensión. Del lado norteamericano, incomodan la injerencia rusa en la campaña presidencial de 2016, la anexión de Crimea, y la recuperación nuclear, todo bajo Putin. Del lado ruso, molestan la intervención estadounidense en Ucrania y, particularmente en Crimea, en donde el referendo de 2014 indicó que su gente quería unirse a Rusia, así como las sanciones impuestas, y el cerco pretendido para aislarla.
Sólo pensar en que Estados Unidos y Rusia concentran el 90% del arsenal nuclear resulta suficiente para aplaudir este primer encuentro, sin ganador ni perdedor. Recuperar el diálogo entre estas potencias, ya es una gran ganancia para el mundo.
Gracias por valorar La Opinión Digital. Suscríbete y disfruta de todos los contenidos y beneficios en https://www.laopinion.com.co/suscripciones