Le pedí prestado a García Márquez el título de una de sus novelas (Del amor en los tiempos del cólera), para llamar de modo parecido esta columna.
Me preocupa y a los médicos y a los psicólogos y a los curas y a muchos mandamases (no a todos), que mucha gente vive amargada todo el día y eso no es bueno. Amigos que desayunan con anzuelos –según dicen-, almuerzan con cactus sin quitarles las espinas, cenan con garras de tigre y completan con un consomé de escorpiones.
Me preocupan los incendiarios, los chismosos (con lo buenos que son algunos chismes) y los envidiosos, sabiendo que la envidia es mejor despertarla que sentirla.
Me preocupan los que se levantan con el pie izquierdo, los que reniegan de la lluvia cuando llueve y del sol cuando se asolean. Los que nunca cantan, ni siquiera en el baño. Los que no sonríen y no saben lo que es una carcajada.
Y sobre todo en estos tiempos de pandemia, es preocupante que haya gente amargada, porque agravan su situación. Que no se vacunan para no cambiar su hermosa faz por una cara de caballo, o para que no les introduzcan un chip en el organismo y entonces el marido o la mujer les descubren su paradero. Que no usan tapabocas porque se asfixian o porque no pueden mostrar su hermoso perfil griego. Qué vaina con la gente.
Pero no sólo eso. La gente vive estresada porque se rumora que va a haber guerra en Ucrania, y nosotros vamos a llevar del bulto, y hasta es posible que manden a nuestros muchachos reservistas a pelear una guerra ajena, como cuando la guerra entre las Coreas.
Explotamos por cada noticia que escuchamos. Algunos no le perdonan al Papa Francisco que se haya reunido con Petro, y otros no le perdonan a Petro que se haya reunido con el Papa.
Estamos en época preelectoral y el ambiente se pone tenso. Madrazos van, madrazos vienen; ofensas suben y bajan; se oyen discursos, unos malos y otros piores; reuniones lánguidas, reuniones menos lánguidas; perifoneos con rancheras y con vallenatos; gritos, desafíos, amenazas, encuestas, noticias, juramentos de lealtad y deslealtad, revocatorias, en fin, todo un miercolero. Y la gente se amarga.
Estamos en crisis. Y como si fuera poco, la COVID sigue y sus cepas nos amenazan. Dan ganas de decir “apague y vámonos”, y salir corriendo. ¿Pero pa´dónde? En otras partes la vaina está peor. Entonces vienen la angustia, la depresión, el estrés y el escuatro, la locura, el acabose...
Y ahí es cuando debe entrar a jugar su papel el buen humor: ponerle buena cara al mal tiempo, sonreír, cantar, mamarle gallo a la vida, tratar de ser felices en medio de la borrasca. Como dice aquel viejo poema Desiderata: “Camina plácido entre el ruido y la prisa, y recuerda la paz que se puede encontrar en el silencio”. Y más adelante aconseja: “En cuanto te sea posible, y sin rendirte, mantén buenas relaciones con todo el mundo…”
Eso es lo que se llama buen humor. El buen humor es una actitud. Es un deseo de vivir en alegría. Es una oportunidad para vivir unos años más, porque dicen los médicos que el que vive alegre tiene más larga vida que el amargado.
De todo eso y mucho más versará mi charla de mañana en la biblioteca Julio Pérez Ferrero. Allá nos vemos a las Cinco de la tarde por cuenta del Cinco a las cinco. Y allá durante un rato le mamaremos gallo a la vida.
gusgomar@hotmail.com
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