Entre los “conejos” a la voluntad popular en Colombia, el más notable y el menos mencionado es el desarrollo del eje constitucional de 1991 de la descentralización. Y la razón es muy sencilla, si se quiere orientar el estado a una economía colectivista y a un modelo político de izquierda, la centralización es el camino.
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No es coincidencia que magistrados de izquierda como Carlos Gaviria, el “maestro” para los izquierdistas, haya desarrollado toda una jurisprudencia en ese sentido. Poniéndolo en modo gráfico, de las dos maticas que sembró la Constitución de 1991, el reconocimiento del estado como defensor e impulsor de derechos y la descentralización, la primera treinta años después, es un árbol frondoso que invadió todos los espacios de la sociedad y nos puso en la senda del socialismo y el segundo es un tronquito enclenque dominado por el otro.
Y la razón que han argüido para recentralizar lo descentralizado es la corrupción regional. Ese fue el argumento del gobierno Santos para recentralizar las regalías: las regiones corruptas pierden la plata y al pasarlas a Planeación Nacional fructificarían en la “paz y la equidad”, ese mantra que también repetía Carlos Gaviria. Como lo escribí en su oportunidad en mi columna de La Opinión, donde la corrupción adquiere doctorado es en lo nacional. Y ahí estamos: hay perdidos 500 mil millones de pesos por una estructura de corrupción sistemática montada entre el Departamento Nacional de Planeación (DNP) y la Contraloría General de la República. No era como sucede en lo regional, pedida de coimas para manejar los proyectos, era una estructura de corrupción montada y conocida por todos que no dejaba sin “cobrar” nada. Lo dicho, en el estado nacional son PhD en corrupción.
Y la gente acusa a Duque por la pérdida de la plata de la paz, olvidando la estructura de corrupción “por la paz” que montó el sobrino de Iván Márquez. Se sigue tratando de vender que la corrupción no es un sistema, que sigue con el cambio.
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Es preciso desarrollar el eje descentralizador pero eso no se va a hacer desde lo nacional, donde los llamados a más centralización crecen con el nuevo gobierno de Gustavo Petro, sino desde las regiones, vía mandatarios locales y nacionales que entiendan que el desarrollo regional solo es posible hacerlo desde lo local quitando la talanquera de lo nacional y sus múltiples “peajes”. Lo de diálogo con las regiones del nuevo gobierno es una estrategia electoral para elección de alcaldes y gobernadores en octubre de 2023 y no una reivindicación del viejo abandono centralista de las regiones, simplemente porque no hay plata para inversión. La reforma tributaria anunciada es para más gasto.
Viene la elección de mandatarios locales y nacionales y muchos se “pegaran” a la rueda del petrismo, pues la victoria de Petro sacó del closet a cantidades de mamertos que ahora son vociferantes izquierdistas, casi todos parásitos históricos del Estado.
Debe ser la multitud de gente trabajadora que uno ve en las ciudades la que exija dirigir sus destinos y no aceptar imposiciones de un centralismo aberrante. Descentralizar no es perder la unidad nacional es fortalecerla con regiones en desarrollo labrando su destino y no con regiones mendicantes ante un centro déspota. Y no se debe aceptar que sea “dirigida” por el DNP que con dedicarse al uso “’óptimo” de las regalías es suficiente.
Alrededor de la descentralización hay muchos sesgos semánticos. La descentralización no es federalismo, que son estados unidos en una federación con intervención limitada del gobierno federal. Es el caso de Estados Unidos, Suiza y Mexico lo que explica porque AMLO no ha hecho más desastres. La descentralización preserva y fortalece la unidad nacional pero reconoce las particularidades regionales y subregionales. Y finalmente, la descentralización no es pasar el concepto centralista a las regiones, sino que cada región debe buscar su equilibrio estado-sector privado y eso no le viene ordenado desde “arriba”. Descentralizar es desarrollo, centralizar es más subdesarrollo.
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