Leyendo en La Opinión sobre la famosa carta que se quiere mandar al presidente de la república resaltando la difícil problemática social y económica del área metropolitana de Cúcuta, y solicitándole a su vez una serie de proyectos regionales, no pude menos que recordar la alegoría de Platón. La alegoría de Platón es una metáfora en la que el filósofo coloca a una gente viviendo en una caverna oscura, con solo una entrada de luz natural en la parte superior, que reflejaba en las paredes, como sombras, a los habitantes de la superficie. Para los de la caverna, la “realidad” eran las sombras, y todo el que les decía que la realidad estaba en la superficie, era condenado.
Eso pasa con susodicha carta y el tal paro de que se habla. La “realidad” de sombras en que vivimos, hace ver como cierto que el Estado es el supremo dador de todo y el omnipotente creador de riqueza, todo ello materializado en un presidente-príncipe. Es la clásica concepción socialistoide (o mamerta) del Estado, donde un buen señor da a sus súbditos riqueza, que toma por arte de magia de algo “lleno de riqueza”, llamado Estado. Es una concepción desinstitucionalizadora del culto a la personalidad. No se apela a una institucionalidad sino a un “líder”, para seguir con la jerga estalinista. Tener esa concepción, es aún más preocupante en Cúcuta, donde tenemos de vecino que ya “es solo Estado”, y en vez de riqueza ha traído a Venezuela la mayor crisis económica, social y política de su historia. Como lo dijo un colega, la carta al presidente será declarada “importante” en la Casa de Nariño y será debidamente archivada. Un agravante a esta concepción, es que, a pesar de ser una actuación recurrente, que termina
siempre en una frustración, seguimos recurriendo a ella, mostrando altas dosis de irracionalidad y masoquismo.
Otro sesgo que muestra esta actitud, es pensar que el desarrollo se puede lograr por un acto de generosidad de alguien, y no por un esfuerzo continuo y racional de optimización de recursos, conocimiento para manejar un sistema de alta complejidad y el enfoque en una concepción de ciudad. En un libro de publicación reciente, “el efecto Seneca”, se cita una frase de ese filosofo que resume el contenido del libro. Seneca decía que la fortuna (el desarrollo) es un proceso muy lento, mientras la ruina se da de manera súbita. Solo basta ver la debacle de PDVSA para entender la sentencia. El desarrollo es un sistema dinámico de alta complejidad, donde importan no solo factores individuales como el desarrollo económico, el avance social y el impacto ambiental, sino sobre todo como se interrelacionan entre sí, y esto, se materializa en el territorio. Hay que equilibrar recursos limitados con necesidades casi ilimitadas.
Hacer una carta, tipo lista de mercado, donde cada gremio y grupo de interés “pida” resolver su necesidad, sin un objetivo unificado de ciudad de mediano y largo plazo, es claramente una muestra patente que nadie está buscando el desarrollo, lo cual nos hace victimas fáciles de populismos, llevándonos a agravar nuestra racionalidad, pidiendo más Estado, así eso sea contrario al desarrollo.
Hoy, a los de la caverna les dicen “progresistas”, “intelectuales comprometidos” y otros motes para referirse a la concepción mamerta del Estado. Se necesita una real dirigencia con enfoque, surgida la ciudadanía, para evitar el efecto Seneca. Superar el paradigma del Estado omnipotente es el primer paso para evitar seguir por el camino de la ruina.