En días pasados escribía que el Presidente Duque todavía no ocupaba plenamente el escenario que le corresponde, con lo cual algunos de sus ministros, Defensa y Hacienda, lo estaban casi que sustituyéndolo, invadiéndole sus áreas de competencia; que le faltaba una más efectiva estrategia de comunicación. Comentaba igualmente que la situación podría cambiar si se la jugaba por afianzar su estrategia política fundamental de desarrollar Pactos por Colombia, cuyo primer y fundamental componente sería la estrategia y la política contra la corrupción.
Esa parte de la tarea ya la culminó, pues un mes después de instalada la mesa técnica anticorrupción están concertados los primeros y fundamentales proyectos de ley que el martes, con mensaje de urgencia, radicó en el Congreso; muy probablemente serán ley de la Republica para finales de año. Aprovechó además la ocasión para manifestar que su gobierno quiere "que la mesa técnica siga viva. Es una herramienta de diálogo y de concertación importante... para más iniciativas de lucha contra la corrupción, pero también que nos permita avanzar en la discusión de una reforma a la justicia".
Ya puso en su sitio al ministro de Defensa con sus inconsultas declaraciones sobre el derecho a la protesta social. Despejó cualquier ambigüedad nacida de declaraciones de funcionarios, empezando por Francisco Santos, respecto al apoyo a una eventual acción militar contra el gobierno dictatorial de Nicolás Maduro; condenó la dictadura de Maduro a la par que sin ambages rechazó la simple posibilidad de una tal intervención.
Aún le falta asumir las riendas del tema económico, en el cual el ministro Carrasquilla campea con ánimo de señor y dueño. Sería la ocasión para que le presente al país la realidad económica que recibió, con lo cual podrá sustentar su estrategia económica, que no parece reducirse a una nueva reforma tributaria como ha sido lo usual; propone enmarcarla en una estrategia mayor, considerándola un medio y no un fin de la política, que es de reactivación económica inmersa en una dinámica de transformación, a partir de los principios rectores de progresividad, equidad y eficiencia.
Otro punto central para evaluar el inicio o despegue del nuevo gobierno, que merece un análisis por aparte, es el referido al desarrollo de los acuerdos de La Habana, expuesto en la carta de respuesta del Consejero presidencial para el Postconflicto Emilio Archila a inquietudes del Procurador General. En ella Archila planteó los puntos de fondo para sacar del atolladero en que la pasada administración dejó a tan importante e inaplazable tarea, hoy rodeada de un hálito de incertidumbre y desconfianza que favorece a quienes no quieren que la paz eche raíces firmes en Colombia, alimentados por el narcotráfico y su estela de violencia, corrupción y descomposición de los elementos constitutivos de una sociedad democrática.
El Presidente Duque con su estilo de concertación y bajo perfil, no confrontacionista, ha ido amojonando se tarea de gobierno, confundiendo a más de un aliado al igual que a más de uno de sus contradictores; una buena señal de que podría tener la capacidad para romper la camisa de fuerza que hace más de veinte años aprisiona a Colombia; la de una polarización cargada de emocionalidad y dogmatismo, alimentada por odios y temores, que solo se resolverán cuando se aprovechen los espacios de verdad y justicia creados para que se lave la ropa sucia acumulada en esos años sin nombre y que los responsables asuman lo que les corresponde. Ello le permitirá al país proyectarse hacia un futuro que sea fruto de acuerdos, del manejo civilizado de las diferencias y de respeto a la vida y a los derechos de todos y no de unos pocos. Duque con su estilo y talante puede propiciar esa transición. Esa sería su tarea en el proceso histórico de transformación de la nación y la sociedad colombiana.