Para no andar en largas disquisiciones diremos que dictador es el asume y ejerce todos los poderes del Estado. La Republica Romana murió cuando nació la dictadura de César y a esa dictadura le llegó su final en los idus de marzo, pero no para volver a los viejos y gloriosos moldes de la República, sino para consolidar el más largo y poderoso imperio que conocieron los siglos.
No cabe duda de que estamos en suerte de dictadura. Lo que tampoco dice mucho mientras no se la analice en su fondo y no se adviertan sus proyecciones. Porque dictadores los ha habido y los hay de muchas condiciones. Desde los geniales, como César y Napoleón, pasando por los locos de atar como Hitler, los atroces como Stalin, y los imbéciles como el que manda en Corea del Norte o como el payaso de Venezuela o como el deplorable dueto de ancianos que amarga a Cuba desde hace 56 años. Todos esos y muchísimos más han ejercido el poder absoluto, para desgracia de sus pueblos, para su dolor y su vergüenza.
Juanpa ejerce el poder ejecutivo como le viene en gana, precisamente porque no tiene pizca de respeto por los demás que componen el Estado moderno. El legislativo es una troika de majaderos que le obedecen, simplemente porque le deben lo que tienen. La dudosa fama que les precede, las facultades que usan en su provecho, los contratos que les regalan, la parte del erario que les dejan robar. Para una dictadura no hay nada más a propósito que una recua seguidora de mediocres.
Quedaría esperar algo de la rama judicial. Ilusión perdida. Cuando estudiamos la Constitución del 91, ese adefesio compuesto por tantas manos caprichosas, advertimos que el poder judicial quedaría en manos de ese esperpento que se llamaría Consejo Superior de la Judicatura, el que a su turno tendría origen en el Congreso, es decir, en la fuente de la política o la politiquería.
El Dictador no acepta quién revise o critique sus actos. Por eso hace elegir Contralor a un medio idiota como el que tenemos y mueve todas sus fichas para destruir un Procurador independiente. Que es en lo que andamos.
El Dictador desprecia la opinión pública y por eso la compra y la amenaza. Basta repasar los contratos que celebra Jaramillo, el bufón de La Habana, para comprobar el aserto en lo que de simonía tiene, y mirar lo que le pasa al grupo RCN, para concluir en la dimensión amenazante del sistema.
El Dictador es más rudo mientras más frágil se siente. La multa a los ingenios azucareros no es prueba de rigor sino de estúpida crueldad. El robo que ordena contra el Fondo Nacional del Ganado, no es demostración de astucia, sino de pusilanimidad. La venta a la brava de ISAGEN revela la desesperación del débil y la angustia del fracasado. Y la reforma tributaria, con IVA incluido para los más pobres, ya esquilmados por la decisión tramposa del salario mínimo, tiene ribetes de suicidio patético, de arrogancia enferma, de desorientación absoluta.
No vienen tiempos de bonanza. Ya nos dirán que la crisis tiene fuente en la caída de la economía de China, como nos repiten que si vamos mal es por el bajo precio del petróleo. Lo que significa que entraremos en el terreno de las explicaciones absurdas, después de las equivocaciones letales. Nos quedará una esperanza: la paz con los de Timochenko. Hitler cifró su futuro en la paz con Stalin. ¡Cosas de dictadores!