Se cumplieron este fin de semana dos años de la firma del acuerdo de paz y es una buena oportunidad para los balances. Hoy podemos afirmar que la situación del país cambió para bien, sin desconocer las dificultades en la implementación. Veamos entonces lo bueno, lo malo y lo feo tras estos 24 meses.
Lo bueno sin duda alguna es que desaparecieron las Farc como movimiento armado y se convirtieron en partido político.
La foto de algunos senadores, con Uribe a la cabeza, negociando una modificación a los acuerdos con Carlos Antonio Lozada y Pablo Catatumbo, es la prueba contundente que el país cambió.
Bueno que se haya avanzado en su implementación normativa en tiempo récord de un año, con la aprobación de las normas constitucionales y legales que se requerían para garantizar precisamente el desarme y la desmovilización de la guerrilla.
Bueno también que la imagen de Colombia en el mundo sea hoy radicalmente distinta a la que encontró Santos al comenzar su mandato, debido al apoyo resuelto de la comunidad internacional a la paz.
La forma como el mismo Presidente Duque ha respaldado el acuerdo en Naciones Unidas, Francia o Bruselas, confirma la importancia que tiene para el país el fin del conflicto armado con las Farc.
También es muy positiva la disminución sustancial de la violencia en la mayoría de las zonas afectadas por la guerra en términos de secuestros, asesinatos, tomas de población y acciones terroristas.
Y bueno el arranque de un sistema de justicia transicional en cabeza de la JEP, la Comisión de la Verdad y la Unidad de Búsqueda de Personas Desaparecidas.
Lo malo en primer lugar es la “desaparición “ de comandantes importantes de las Farc , comenzando por el jefe de la negociación en La Habana, Ivan Marquez, seguido por ‘el Paisa’ y ‘Romaña, que genera un problema serio de credibilidad al proceso y la división interna de la exguerrilla que no sirve a los propósitos de consolidar la paz.
Es malo también que el Estado no haya controlado oportunamente los espacios territoriales ocupados por las Farc, permitiendo avances de bandas criminales y el Eln en algunos de estos territorios. Y es definitivamente malo el aumento de los cultivos ilícitos, que es el principal combustible de la violencia en el país.
Y lo feo del acuerdo de paz es que el gobierno del Presidente Duque insista en hacerle modificaciones, con lo que se genera incertidumbre a la propia base guerrillera de las Farc e incentiva el crecimiento de las disidencias . Cambios que además cada vez tienen menos viabilidad política y jurídica.
No es regresando a la confrontación militar sino profundizando en la aplicación del acuerdo, especialmente en lo relacionado con desarrollo rural y sustitución de cultivos ilícitos, como vamos a superar los problemas de orden público que aún padecemos.
Muy malo y muy feo el asesinato de líderes sociales. Lamentablemente han resultado insuficientes los esfuerzos de protección a reclamantes de tierras, miembros de juntas de acción comunal y líderes que luchan contra la minería ilegal y el narcotráfico en los territorios. Esas mafias los están amenazando y asesinando y esta situación no podemos aceptarla. No podemos resignarnos a que cuando ya no caen en medio del conflicto guerrilleros, soldados y policías, los muertos los pongan ahora voceros de la población civil que luchan justamente por sus derechos en el posconflicto.
Los resultados del acuerdo de paz son innegables en términos de disminución de la violencia. Pero no podemos olvidar que su implementación es clave y está contemplada a 15 años y no 15 meses. La supuesta falta de recursos no puede ser una excusa válida para detener el desarrollo de los acuerdos. Este gobierno y los próximos deben entender que la apuesta a su cumplimiento y el impulso a las reformas necesarias no beneficia a las ex FARC sino a todos los colombianos. El paso del tiempo demostró de manera contundente que el país no se le entregó a los Farc como pregonaba la propaganda negra y malintencionada que utilizaron los opositores del acuerdo para polarizarnos. Derrumbado este mito que se creó con tanta eficacia, es el momento en que Duque entienda que el primer paso en su Pacto por Colombia debe ser el de asegurar el cumplimiento de los acuerdos, para poder exigir lo mismo a las FARC y garantizar una paz sostenible a las futuras generaciones. Así de simple.