A Iván Duque se le agota el plazo para contarles a los colombianos cómo recibió el país. Lo necesita para aclarar lo que se propone realizar como presidente, pues un mes después de su posesión ésta incógnita alimenta las dudas sobre su ya cuestionada capacidad o experiencia para el ejercicio del cargo, como lo revelan las primeras encuestas.
Indudablemente, su equipo de comunicaciones no está haciendo bien la tarea. Parece opacado por declaraciones de algunos de sus ministros, especialmente de Carrasquilla desde Hacienda, políticamente desafortunadas y técnicamente discutibles que, en medio del silencio presidencial, han prevenido aún a sectores cercanos al gobierno. Iván Duque está pasado de hacer un corte de cuentas que muestre el estado y las perspectivas de la economía, en especial de las finanzas públicas, con sus peligrosas bombas de tiempo como la del programa “ser pilo paga” convertido en amenazante elefante blanco.
La realidad que hereda de Santos es la de un endeudamiento y una explosión de los gastos de funcionamiento, con aroma de mermelada, que le impedirían al gobierno cumplir con lo acordado en La Habana, compromisos que desde ya se encuentran amenazados por las garras de la corrupción. Igualmente, importantes son las acciones para impulsar la generación de empleos dignos, plenamente formalizados, que se han de complementar con los nuevos emprendimientos basados en el conocimiento - en las neuronas y no solo en las cuentas bancarias -, en el marco de la llamada economía naranja que tanto gusta al presidente y que podría abrirle oportunidades a una juventud enfrentada a un futuro que se presenta como nunca incierto.
Esto supone, por ejemplo, dejar de lado la vieja costumbre colombiana de crecer, que no necesariamente fortalecer, las instancias centrales del gobierno a la par que las territoriales se dejan de lado, sumidas en el abandono, cuando en sana lógica, deberían ser los puntales, junto con las comunidades, del desarrollo de las regiones, es decir, de la nación como un todo. Ello exigiría dejar de lado ese embeleco tan nuestro, de que un sector o un grupo poblacional no está debidamente atendido si no tiene “su propio ministerio”.
Para confundir aún más el panorama y hacer más difusa la imagen presidencial, está Germán Vargas Lleras dedicado a desempolvar los proyectos de ley que tenía preparados para el gobierno que el pueblo no eligió.
Iván Duque ha sido claro en mandar señales de independencia, que no de traición, respecto a su indiscutido mentor político, el expresidente Uribe, al asumir posiciones autónomas frente a temas cargados de significación política, como fue su marginamiento de la designación del Contralor General, y su apoyo a la consulta anticorrupción hasta donde su condición de Presidente de la República se lo permitía.
Punto a favor de la acción presidencial, que podría permitirle no solo remontar exitosamente la cuesta del inicio de su gestión, sino avanzarla hacia lo que parecería ser el eje de su gobierno, el Pacto por Colombia, fueron sus acciones respecto a la consulta y sus resultados, orientadas a constituirlas en un acuerdo sobre lo fundamental en el marco del pacto, un concepto medular de Álvaro Gómez, caro hasta para Petro y que Santos nunca ni siquiera consideró. Su arranque con el combate integral a la corrupción, se constituye en una señal alentadora y de hondo calado político que podría marcar el arranque definitivo de su gestión, pero toca que este primer huevo sea debidamente cacareado.