El caos en Venezuela no es sólo de corte económico. El problema de los presos políticos aumenta, el presupuesto para las misiones escasea, y la democracia está en riesgo. Sin embargo, sus altos funcionarios siguen empeñados en atacar la poca producción privada que existe hoy en día –el reciente cierre de las fábricas de Polar es un reflejo de esto–; y en legitimar su discurso paranoico-esquizoide en aras a evitar el aumento del apoyo de la población a los grupos de oposición. Pareciera que detrás de cámara los oficialistas se dijeran unos a otros: “El show debe continuar”, para posteriormente salir a decirle a los ciudadanos que todo es culpa del complot económico contra Venezuela, supuestamente evidenciado en el náufrago precio del petróleo, que hoy por hoy está cerrando cerca de los cuarenta dólares el barril.
No obstante, los esfuerzos de los funcionarios del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) por seguir con la pantomima son en vano, ya que tanto al interior como al exterior del país, se sabe que el barco del socialismo venezolano está hundido. Una de las razones de lo anterior es el tipo de sistema político-económico que ha venido funcionando en el país vecino: el régimen rentista. La definición más básica de este indica que son países no democráticos que aseguran el mínimo bienestar a la población gracias a los ingresos de importantes actividades no productivas, generalmente la extracción de petróleo. Alguien podría decir que esto sería cierto de no ser porque Venezuela es un país democrático, y yo respondería que en efecto, de no ser porque allí está sólo en el papel. Digo esto en razón de que a partir de las misiones del Gobierno (vivienda, alimentación, salud) es que viven los ciudadanos en este país, y que poco a poco se han venido cercenando las libertades políticas; al igual que ocurrió durante l
os años sesenta y setenta en el Golfo Pérsico y el Magreb.
Podemos ver que los tres elementos que llevan al fracaso de un régimen rentista se presentan en la República Bolivariana: Disminución de los precios del petróleo, agotamiento de la capacidad de endeudamiento y colapso de los discursos ideológicos que habían ofrecido más promesas que realidades.
A este caldo de cultivo de inconformidad sumamos el factor OEA; la vigilancia de las elecciones del próximo 6 de diciembre por parte de un organismo que permitiría la aceptación de los resultados por parte de todas las instituciones y asociaciones importantes de la región; dando a su vez legitimidad a la elección dentro de Venezuela. El presidente venezolano, Nicolás Maduro, ha dicho al respecto que la OEA es una institución inservible, la cual sirve como guarida de corrupción contra procesos progresistas nobles, revolucionarios y auténticamente populares; y que por lo tanto, la Nación no será monitoreada por nadie. Lo dicho por Maduro, y respaldado por otros mandatarios de alto orden deja ver la falta de compromiso del Gobierno con la democracia, en tanto que no se están garantizando tres de los aspectos fundamentales de la misma: participación, efectividad y transparencia; y la desesperación por parte de los oficialistas, los cuales sienten que viene un fracaso inminente en los comicios.
En segundo lugar, vemos que se continúa y exagera el discurso económico victimizante, tal como dejaron ver las declaraciones del presidente el pasado jueves: La cantidad de colombianos que han llegado a Venezuela y están quitándole las oportunidades a los nacionales, supuestamente. Sobre esto hay dos cosas por decir: Que en realidad hay ocho mil y no ciento veintiún mil colombianos residiendo allá, según cifras de Migración Colombia, es decir, ni siquiera el 10% de los habitantes colombianos en Estados Unidos.
En tercer lugar, la capacidad de endeudamiento de un país no está determinada por lo que diga una ley o exclamen los oficialistas, sino por el poder y capacidad real del sistema económico para hacer frente a tal endeudamiento. Por lo tanto, no es cierto que se dispongan de 30.000 millones de bolívares adicionales al presupuesto ordinario, como afirmó Ricardo Sanguino, presidente de la Comisión de Finanzas de la Asamblea Nacional.
Finalmente, lo único que queda por decir es que el futuro de todo régimen rentista es oscuro y nublado, como la inteligencia de Nicolás Maduro y su equipo de dirigentes, quienes no son capaces ni de asumir la culpa, ni de trabajar o producir para mejorar la situación de Venezuela.