Amables lectores: hay un capital en riesgo en medio de la pandemia. Todo el mundo tiene o un hijo en casa tratando de educarse desde el hogar o un sobrino o un nieto o un conocido y al verlos uno se pregunta: ¿este niño sí está aprendiendo?, ¿qué hace en casa sin sus amigos?, ¿le hará falta el recreo y socializar? y, en general, ¿cuál será el costo para el capital humano del país?
En Colombia hoy no hay municipio con clases presenciales y ya hay ciudades como Barranquilla y Medellín que solo tendrán clases virtuales en el resto del año. El costo de este nuevo modelo de educación según el Banco Mundial es de 0,6 a 0,9 años en pérdidas de escolaridad o aprendizaje. No solo se debe analizar como un año perdido de aprendizaje sino el alto riesgo de deserción en estos estudiantes y que con un año de atraso escolar podrían tener niveles de producción menores. Calculados en este estudio del orden de USD 9,700 por estudiante año y totalizado para América Latina de 0,8 a 1 trillón de dólares.
Según la edad los efectos en el estudiante pueden ser más graves. En los menores se afectan los procesos cognitivos por falta de interacción con profesores y compañeros, por falta de manipular objetos en grupo y se golpea el desarrollo psicoemocional, se afecta su expresión oral y su buen futuro. Para los adolescentes también es muy grave porque en esta edad se están tomando decisiones que necesitan el acompañamiento de sus pares.
La situación que se está viviendo es como una bomba invisible que cae en el sector productivo donde se pierde capital humano. La pérdida de aprendizaje se calcula en un 50% al comparar el sistema presencial con el actual a distancia. Cuando hablamos de un hogar vulnerable esa pérdida se aumentaría en un 20% por factores como carencia de un computador o una tableta o un espacio adecuado para el estudio o, aún más grave, la carencia de un orientador o tutor porque sus padres infortunadamente no tuvieron la oportunidad de estudio o sus obligaciones de hoy les impiden dedicar el tiempo necesario a esta tutoría. Si a estos factores añadimos que muchas veces el profesorado carece de la preparación para llevar a cabo en forma óptima la transmisión de conocimientos en forma virtual. Se detectó por parte de la Alcaldía de Bogotá que en la educación pública el 40% de los hogares carecen de tableta o computador; si esto es en la ciudad capital que esperaremos de algunos municipios de Norte de Santander.
Sobre la salud, se está transmitiendo un mensaje muy peligroso: que si se abren los colegios los niños necesariamente se van a infectar, cuando la prevalencia de la enfermedad es baja en niños. Solo el 4% de los niños que adquieren el virus necesitan hospitalización y la tasa de fatalidad es el 0,06%. El vector de contagio en niños es bajo. Los países están abriendo las clases presenciales cuando las curvas de contagio están bajando y los protocolos están definidos. El efecto de esta bomba invisible en los niños y jóvenes no es solo la pérdida de aprendizaje con este sistema de educación a distancia sino el riesgo de salud mental, mayor maltrato infantil, mayor depresión y ansiedad, se profundizará la pobreza y la distribución del ingreso en Colombia y se afectará sensiblemente la calidad de vida futura de estos niños de hoy.