En nuestro país se presentan, con gran vergüenza, altos índices de vejaciones hacia los progenitores. Podemos citar algunos como el abandono en asilos, hospitales, calles, y en sus propias residencias. Y el hecho de hacerlos invisibles en su propio hogar es otra forma brutal de ignorar a los seres más importantes de nuestra vida: los padres.
Actitudes de desprecio, de discriminación, de fastidio hacia los viejos son, en muchas ocasiones, manifestación clara de la descomposición social donde se rinde culto a la juventud ensalzado por los medios de comunicación que establecen e imponen estereotipos de belleza donde las arrugas no se permiten.
Colombia, no se queda atrás en estas concepciones. La estadística señala como un gran porcentaje de ancianos son abandonados. Resulta doloroso afrontar esta realidad. De allí que la Cámara, con el representante Rodrigo Lara esté liderando la aplicación de medidas para evitar que sigan aumentando los casos.
Para frenar esta situación se está tocando el tema donde más les duele a las personas: el factor económico. Los hijos que maltraten a sus padres serán desheredados. Es una medida que creemos pertinente para disminuir este comportamiento irracional de algunos hijos que no demuestran solidaridad hacia sus padres desvalidos, unos padres que luego de entregar toda su energía, amor, paciencia, tiempo, esfuerzo y dinero para la crianza de sus hijos reciben esta “recompensa”.
Es inaudito que un padre ´pueda cuidar de todos sus descendientes, y los hijos no lo hagan. Es deber de todos los hijos velar por el bienestar de sus viejos, hay que proporcionarles la subsistencia si no están en capacidad de asegurársela por ellos mismos, hay que quererlos, cuidarlos como seres indefensos que se vuelven al llegar a adultos mayores.
El Código Civil, la Constitución Nacional nos brinda las herramientas para hacer valer estos derechos. Solo en Bogotá un 59% de adultos mayores son maltratados por sus familiares. Su vulnerabilidad se hace evidente, el paso de los años es implacable, las fuerzas mermadas, el miedo a ser rechazado, echado literalmente de la casa conforma un panorama desalentador para miles de ancianos que terminan abandonados en hospitales, casas geriátricas, fundaciones de caridad o lo peor en las calles donde para subsistir tienen que mendigar, o trabajar.
Trabajar, como si no hubiesen cumplido en su juventud, como si no hubiesen dado toda su fuerza para conseguir el pan de sus hijos y educarlos aún a costa de sus propias necesidades. Porque bien lo sabemos, los que somos padres, que en innumerables ocasiones anteponemos las de nuestros hijos sobre las nuestras. Y lo hacemos con amor, con entrega total, sin egoísmo, solo deseando su bienestar; con verdadero amor de padre, un amor sin límite que no contempla dilaciones en el tiempo porque para nosotros los hijos siempre seguirán siendo bebés y los seguiremos cuidando y queriendo como el primer día que llegaron a nuestra vida para hacerla más dichosa. Tiempo de reflexionar queridos hijos de todo el mundo. No hay nada más lindo que tener este “viejito “en casa.