Pocos meses después de haber superado el centenario de su existencia, con las facultades mentales y motrices plenas, falleció el cardenal José de Jesús Pimiento.
Sin duda un hombre esforzado, dotado para el liderazgo y la acción. A los doce años, salido de un humilde hogar en Zapatoca, y decidió presentarse a las puertas del seminario de San Gil para rogar su admisión.
Allí inició su formación sacerdotal, que fue catalogada como sobresaliente, hasta el punto de que al terminar sus estudios, fue requerido para que se quedara como profesor y desde entonces exhibió sus enormes condiciones intelectuales que lo llevaron después a dirigir varias parroquias y que lo promovieron la mitra diocesana habiendo sido obispo en Montería, Pasto, Garzón, Neiva y posteriormente arzobispo de Manizales.
Allí en esa sede tuvo la oportunidad de ser escogido en varias oportunidades como presidente de la Conferencia Episcopal Colombiana y de ser integrante del Concilio Vaticano II.
Fue amigo de varios papas, que admiraron su trabajo, y Pablo VI llegó a anunciarle el cardenalato y le dirigió una carta, ya con su dignidad impresa “A su Eminencia el señor Cardenal José de Jesús Pimiento” pero como en todas las instituciones, a la hora final el nombramiento no se oficializó y solo le llegó al cumplir los 95 años, en donde el actual papa Francisco, quien lo conocía, se sintió con la obligación de enmendar esa omisión.
Fue un hombre que supo exhibir un gran carácter, en medio de una enorme disposición para el humor: sabía oír muy bien, pero era certero al sentenciar, y lo hacía sin ninguna vacilación. Ésta la razón por la cual, fiel a su ortodoxia doctrinaria no vaciló en enfrentarse con gobernadores, ministros y presidentes de la República, tal como lo llegó a hacer en su momento con Alfonso López y Belisario Betancur.
Aun centenario, viajaba solo y asistía a las deliberaciones de la Conferencia Episcopal, uno de los integrantes decía que era el único que podía pedir la palabra varias veces.
Alguien le preguntó en una oportunidad qué opinión tenía del actual Papa y manifestó “Yo creo que este Papa, está haciendo todo lo que Jesucristo no alcanzó a hacer”.
Tuve la oportunidad de invitarlo a almorzar a mi oficina hace un par de años y allí llegó con su paso lerdo. Cuando pasamos a la pequeña mesa donde almorzaríamos, le dije que excusara la sencillez, pero que eso era un almuerzo de trabajo, y él contestó “trabajo levantar un almuerzo como este”.
Cuando cumplió los 100 años vinieron los homenajes que siempre había eludido, y dijo “me cogió la gloria en alpargatas”.
Sin duda una personalidad atrayente, quien lo conocía lo quería seguir tratando, y allí podía encontrar una enorme personalidad que irradiaba toda clase de destellos, en medio de una sencillez aterradora.