En los últimos días se desató un interesante debate sobre la existencia del centro como expresión política en Colombia y el mundo. En los tiempos de las redes sociales, el amarillismo informativo y la radicalización del lenguaje, es indudable que los extremos llevan la delantera al poner las cosas en blanco y negro para unas mayorías ciudadanas que no invierten su tiempo en leer las noticias y se quedan en los titulares y los likes. La práctica desaparición de los partidos tradicionales, la crisis global de la democracia liberal y el surgimiento a comienzos de este siglo de una derecha sin complejos ni timideces en cabeza de Alvaro Uribe, son los elementos esenciales constitutivos de un nuevo mapa de la política colombiana.
A mediados del siglo anterior el fin de la violencia liberal-conservadora y la constitución del Frente Nacional, consolidó el centro en el país. El partido conservador representaba el centro-derecha y el liberalismo el centro-izquierda. Los conservadores, defensores a ultranza del status quo, de la constitución de 1886, del centralismo administrativo, del papel de la iglesia en la sociedad y el respeto a rajatabla de la propiedad privada. Los liberales impulsando reformas progresistas para el campo, insistiendo en la función social de la propiedad, impulsando la descentralización y planteando la necesidad de un estado laico.
Con el empoderamiento de la derecha autoritaria y su salida del closet desde el primer gobierno de Uribe, se generó el fortalecimiento de una izquierda democrática. Frente a un gobierno que cambió las reglas de juego democrático en su propio beneficio, irrespetó la separación de poderes, desconoció libertades y derechos y violó sistemáticamente los derechos humanos, se consolidó el discurso liberal de defensa de la constitución del 91, de la salida negociada al conflicto, el reconocimiento de las víctimas y el respeto a la democracia y los derechos humanos, en cabeza de un partido liberal reducido matemáticamente, pero fortalecido en su ideario. En forma lamentable sus directivas desviaron el rumbo y dejaron en manos de la izquierda y nuevas agrupaciones independientes ese discurso progresista.
El lenguaje polarizador, la confrontación verbal, la agresión del contradictor y la incapacidad de sostener un debate civilizado de ideas domina hoy el escenario político nacional. En los medios tienen más espacio los insultos, las ofensas y descalificaciones personales, que las ideas complejas sobre democracia, pobreza o desigualdad. Es la incontrovertible realidad global de hoy y por eso la democracia liberal y la institucionalidad peligran ante la amenaza de los populismos autoritarios. Acabamos de verlo en Estados Unidos y nosotros no somos la excepción.
En Colombia el centro- izquierda sí existe, solo que hoy es menos seductor que los extremos de izquierda y derecha. El problema no es la polarización política, necesaria para mantener viva la democracia, sino la radicalización deliberada del lenguaje, los fake news y la trampa. El gran desafío entonces para el inmediato futuro es consolidar ese centro izquierda, ampliarlo, volverlo atractivo para una ciudadanía que a veces parece entrampada en los extremos. Los de centro-izquierda somos “derechosos” para la izquierda y “mamertos” para la derecha, en una simplificación descalificadora.
Un gran acuerdo progresista, social demócrata, de centro izquierda, alternativo o de oposición, como quieran llamarlo, es indispensable para que podamos enfrentar con éxito los grandes desafíos que enfrentamos de combatir el cambio climático, la desigualdad, la pobreza y la incredulidad de los ciudadanos en sus instituciones.
Un acuerdo de mínimos que debe contemplar la defensa de libertades y derechos, el respeto a la constitución del 91 y al estado social de derecho, la necesidad de una política económica realmente redistributiva, la defensa de la Paz, la democracia y la vida. Parecen principios y valores obvios pero no lo son, están seriamente amenazados por el extremismo de derecha que hoy gobierna a Colombia.