A quienes queremos a Colombia y deseamos, como dice la oración patria, verla grande y respetada, nos duele profundamente el espectáculo que se nos ha brindado debido a la puja entre distintos sectores alrededor de la firma de acuerdos de paz entre el gobierno y la guerrilla.
No ha sido cualquier cosa el espectáculo. Se han visto payasos, maromeros, acróbatas, magos, domadores, toda clase de artistas del sitio donde nos divertimos tanto en la lejana época de la niñez y que constituye la más hermosa entretención para los niños, sobre todo ahora que ha sido prohibida la explotación de los animales, todos ellos víctimas de la crueldad y la maldad de los humanos.
El circo es para los niños el máximo espectáculo. Las comedias y los dramas no son para ellos. A pocos infantes les interesa ver presentaciones en los teatros. Prefieren las maromas en los trapecios y las proezas de los artistas que se juegan la vida a varios metros de altura, sin red y sin paracaídas. No hay nada que emocione más a los pequeños que los cómicos disfrazados con chillones vestidos, que las emprenden a golpes contra sus compañeros, aunque a muchos los asustan las narices rojas y las pinturas en el rostro. Hay pequeños, incluyendo a uno de mis nietos, que lloran apenas ven un payaso. A mí me ocurre lo mismo cuando veo a ciertos personajes, que a pesar de sus pecados se presentan como ejemplos de pureza y honradez.
Las negociaciones del pacto de paz, que yo espero sea el final de la negra noche de la violencia iniciada hace sesenta años, han sido para muchos un circo más interesante que el de los hermanos Gasca, unos mejicanos que recorren el país. Para no extenderme demasiado, he observado la resurrección de personajes ineptos, como el expresidente Andrés Pastrana, quien salió del poder entre chiflidos, y un exprocurador, ya anciano, que en nombre del extinguido laureanismo aspira a ser presidente, a pesar de que fue destituido por clientelista.
También aparece una dama, que fue ministra de Defensa y no dejó el mejor recuerdo entre los uniformados, a quien toca callar porque se sienta en la palabra. Y a un antiguo amigo, liberal de los viejos, que era ministro cuando la toma del Palacio de Justicia y nadie sabe por qué cambió de bando. Ah. Y otro expresidente que no ha dejado gobernar en paz a su sucesor por simple rencor y odio personal, pero sobre todo porque abriga el deseo de volver al poder. Ha logrado un imposible: dividió al país en dos sectores irreconciliables.
Hay más cómicos y trapecistas, como un general retirado, que no cuenta con las simpatías de las damas y una periodista que se presenta como víctima y solo ha visto subversivos en fotos.
En el lado de la guerrilla, el elenco no es menos interesante. La mayoría de los delegados tienen en su haber varios autos de detención por delitos mencionados en todos los códigos penales. No hay ninguno puro y no han dado razón de la suerte de miles de secuestrados y desaparecidos. Tampoco han dicho donde tienen los inmensos recursos económicos provenientes del secuestro y el narcotráfico. No son arcángeles sino demonios. Pero es difícil el costo de la paz.
El domador mayor del circo es mi excompañero en El Tiempo, quien hizo realidad su sueño, la Presidencia. Se dedicó a buscar la paz y ha conseguido miles de enemigos y de amigos. No le debo nada, con excepción del recuerdo de su padre, mi jefe. Espero que le vaya bien, pues le irá bien al país. GPT