Cónclave. Así se llama en la historia a la reunión del colegio cardenalicio de la iglesia católica para elegir a un nuevo papa, que a su vez ejerce como jefe de Estado de la Ciudad del Vaticano. Esta semana el Gobierno del presidente Duque, anticipándose al balance de su primer año de gobierno, se reunió en la Hacienda Presidencial de Hatogrande con su gabinete de ministros y el equipo de consejeros del Palacio de Nariño, y los medios bautizaron como un cónclave a este encuentro. El problema es que al finalizar la reunión no vimos el humo blanco tradicional que sale cuando se elige a un nuevo papa. Tampoco resultados concretos ni decisiones trascendentales para el país.
Por las informaciones de los medios de comunicación, en esta inusual y larga jornada de gobierno no se adoptaron decisiones que puedan significar un ajuste en el rumbo del país. No es fácil hacerlo, en la medida en que no se ha cumplido ni siquiera el primer año de mandato y hacer un viraje brusco en políticas, actitudes y nuevas caras, significaría el reconocimiento del fracaso temprano que advierte una opinión pública adversa a las políticas oficiales y a quienes las aplican.
Se revisaron las metas y cifras de cada sector para llegar a la conclusión de que todo marcha bien y que el problema no es de la realidad sino de la estrategia de comunicaciones del Gobierno. La decisión oficial es entonces mantener el rumbo y también, eso dicen, preservar el equipo de gobierno que acompaña a Duque y que representa única y exclusivamente a su partido, el Centro Democrático. Mala noticia esa para los partidos que esperaban ansiosos en el receso legislativo un cambio en las entidades oficiales que les permitiera entrar formalmente al gobierno.
No sabemos si en los balances de cada sector se analizó con espíritu de autocrítica el pobre balance de la agenda legislativa, como consecuencia de la ausencia de una agenda clara y un diálogo permanente con las bancadas de gobierno, independientes y de la misma oposición. Tampoco si son conscientes de la colcha de retazos en que convirtieron en el Congreso, con la complicidad del gobierno, la reforma tributaria y el Plan Nacional de Desarrollo que hoy peligran en la Corte Constitucional precisamente por su pésimo trámite parlamentario. Mucho menos si se revisaron con transparencia los osos internacionales de estos meses como el ya famoso paso de la ayuda humanitaria a Venezuela con concierto incluido, el de la Asamblea de la OEA en Medellín, el debilitamiento y división del Grupo de Lima o el último viaje presidencial a Europa. Para no hablar en el campo de la seguridad y defensa de la gravísima directiva de las fuerzas militares, que nos recordó épocas que creíamos superadas de los falsos positivos, o las penosas salidas en falso del Ministro frente a los asesinatos de líderes sociales y reinsertados de las Farc o los hurtos de ropa extendida en Puerto Carreño.
Y mientras tanto, la economía no crece a los niveles esperados, el desempleo aumenta cada mes, los proyectos anti corrupción fracasan estruendosamente ante la ausencia de liderazgo gubernamental y se anuncia ya la venta de valiosos activos de la nación, como Isagen o parte de Ecopetrol, simplemente para tapar el hueco fiscal. En fin, la mayoría de la población percibe un gobierno incapaz de afrontar los problemas, con enorme improvisación e inexperiencia en el manejo de los asuntos públicos.
Y en la mitad de este panorama, la interminable polarización nacional sobre La Paz y el “entrampamiento” en que cayó el gobierno, a manos del ala más radical de su partido y del cual parece cada vez con menos posibilidades de salir. El cónclave hubiera podido ser un escenario ideal para el análisis sereno de la realidad con respecto a los acuerdos de paz. Si lo hicieran, llegarían a la conclusión que es francamente inconveniente para el país y el propio gobierno, persistir en el pasado sin una visión de futuro e insistir en hacer trizas los acuerdos en lugar de avanzar en su implementación con las prioridades que legítimamente tiene un gobierno con orientación ideológica distinta al anterior. Y sobre todo, hubieran entendido que es inútil gastar toda esa energía negativa contra el acuerdo, en la medida en que chocarán siempre con un Congreso, unas cortes, una comunidad internacional y una sociedad civil que levantan un muro infranqueable de defensa de la Paz y no permitirán que retrocedamos a la época de la c
onfrontación armada como algunos lo pretenden.
No hubo entonces humo blanco en el cónclave. Ni se eligió un nuevo pontífice en el gobierno, por lo que seguirá ejerciendo el mismo que ejerce esa función desde el Senado, ni se tomaron decisiones de fondo para convocar un pacto nacional alrededor de la necesaria implementación del acuerdo de paz. Seguiremos en las mismas. Con políticas de retorno al pasado y recorte de libertades públicas. Con la misma polarización que se promueve desde los sectores más recalcitrantes del gobierno y su partido.