Gracias a la mediación de Egipto, el grupo Hamas e Israel acordaron un cese al fuego incondicional el jueves pasado. Detrás quedaron 11 días de terror, con 230 muertes de palestinos, y más destrucción sobre la precaria infraestructura de Gaza en hospitales, y redes de acueducto, alcantarillado y electricidad. Israel reaccionó ante los ataques de Hamas, grupo organizado para liberar a Palestina de la ocupación. Aunque en principio parezca una acción de legítima defensa, la desproporcionalidad la desvirtúa. Al igual que en 2014, Israel actuó con brutal agresividad, demostrando su superioridad militar. El arsenal de Hamas produjo 12 lamentables muertes israelíes, que hubieran podido evitarse, pero que no hacen la décima parte de la cuota palestina.
Aunque entendemos la humillación de los palestinos, rechazamos la violencia de Hamas, entre otras porque dada la asimetría militar, era previsible todo lo ocurrido. Con mayor vehemencia repudiamos la reacción extrema de Israel. Las generaciones presentes de Occidente poco conocen las raíces de este conflicto que constituye una vergüenza para el mundo entero, y ante el cual Naciones Unidas ha sido torpe e incapaz.
El estado de Israel es el hogar del pueblo judío, ese mismo pueblo que hace dos mil años mató al hijo del Dios de los cristianos. Poco a poco el Occidente cristiano, en su expansionismo y crecimiento, pasó la página para perdonar. Y hace 80 años, los judíos fueron llevados a campos de concentración y masacrados por Hitler. Ante semejante horror, el mundo entero se solidarizó con el pueblo judío. Como consecuencia, en esa tierra que ocupaban cerca de 900 mil palestinos, Naciones Unidas organizó el Estado de Israel. El mundo árabe, indignado entonces, rechazó la propuesta de partición de la zona, que supuestamente también crearía el Estado palestino. Después vendrían las guerras entre árabes e israelíes de 1948 y 1967 que, por la victoria judía, llevaron al exilio a miles de palestinos, y a la ocupación y control de Cisjordania, la franja de Gaza, y la banda oriental de Jerusalén. Desde entonces, la violación de derechos humanos por parte de Israel ha sido constante, con base en confiscación de tierras, detenciones arbitrarias, impedimentos de movilización, y control alimentario.
Los últimos acontecimientos se desarrollaron en Gaza, esa franja sobre el Mediterráneo de 365 kilómetros cuadrados en donde viven hacinados 1.4 millones de palestinos, convertida en jaula o prisión por el control abominable que ejerce Israel. Ni siquiera su costa ofrece libertad, porque hasta la pesca está limitada. Allí la pobreza alcanza el 60%, y el desempleo el 50%. Inclusive los alimentos llegan, dependiendo del control israelí. Los jóvenes, que representan el 51.3% del total demográfico, crecen como prisioneros sin oportunidades. Hamas, que significa Movimiento de Resistencia Islámica, lucha frente a la ocupación de Israel. Nada más vigente que el discurso de Yasser Arafat ante Naciones Unidas en 1974.
Diez días antes de que comenzaran los incidentes, se conoció que el gobierno Biden había aprobado la venta de armas de precisión a Israel por 735 millones de dólares, lo cual produjo fuerte oposición entre el sector de jóvenes demócratas de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, quienes reclaman un giro radical frente al conflicto. Este es un punto crucial que mostrará al mundo cuál es el verdadero Biden.
En Nueva York, París, Londres, Berlín y otras ciudades, miles de personas salieron a protestar. No todos los judíos piensan como los dirigentes de Israel, y algunos se unieron a las manifestaciones, porque entienden que los valores de libertad, justicia y auto determinación de los pueblos no tienen fronteras.
Respetamos al pueblo judío, como a todos los pueblos del planeta. Ese mismo mundo que le tendió la mano al terminar la Segunda Guerra Mundial, hoy le solicita grandeza y dosis de humanismo para sepultar esa humillación de 73 años que le ha causado al pueblo palestino.
Haber sufrido en el pasado, debería servir para desplegar justicia en el presente.