Nuestro locuaz y fundamentalista procurador, en espera de su destitución por el Consejo de Estado, para lo cual ha usado todas las herramientas de derecho y ejercicio de poder de que es capaz, ha creado una nueva polémica “jurídica” al oponerse al proyecto de ley de hacer sujeto de derecho a los animales diferentes al hombre. Porque el procurador no entiende que nosotros también somos parte del mundo animal.
Y es precisamente sobre la base de su fundamentalismo religioso, que emite este nuevo concepto arropado de juridicidad, en el cual da a los animales carácter de bien mueble del hombre, basándose en que la biblia dice que Dios nombró al hombre rey de la creación para hacer con ella lo que quisiera, particularmente destruirla. Porque ante la realidad del riesgo del calentamiento global, producto del cambio climático, que hoy amenaza la estabilidad planetaria, fundamentalistas religiosos o políticos, lo niegan porque contradice sus prejuicios irracionales. En ese grupo caben el hoy nominado a la candidatura republicana de los Estados Unidos, el troglodita Donald Trump, al cual sin embargo intentan parar incluso los republicanos y nuestro procurador que cree que el hombre puede hacer con la naturaleza lo que él hace con ese esperpento colombiano decimonónico, la Procuraduría: lo que le da la gana. El problema es que nadie lo detiene en nombre de la sacrosanta estabilidad jurídica del país.
El derecho animal surge de nuestra condición animal y plantea interrogantes éticos y prácticos de la mayor envergadura que no deberían discutirse con fundamentalistas irracionales; esos son los responsables del riesgo mundial a que hoy estamos abocados. En el mundo hoy el debate sobre este tópico es central y no es limitado a lo jurídico, sino que descansa en lo científico, donde no se discute si la evolución existe, si la selección natural es real o si el creacionismo está al nivel científico de las anteriores. Y la verdad es que hoy el mundo no se puede dar el lujo de ideologizar el calentamiento global, so pena de que hagamos lo de Nerón: tocar la lira mientras Roma se quema.
‘La sexta extinción’, el libro de Elizabeth Kolbert, ha sido un éxito de librería al registrar de manera comprensible la teoría de la nueva extinción masiva de especies, ésta singularmente causado por el hombre. La quinta extinción fue hace 65 millones de años y trajo la desaparición de los dinosaurios y el acceso de nosotros, los mamíferos. El portal web actionbioscience.org, menciona que en la actualidad se pierden 30 mil especies por año, es decir un promedio de tres por hora, números que estableció en 1993 el biólogo de Harvard E. O. Wilson; a hoy algunos científicos estiman que el desastre es aún mayor. Esto se logró cuando el Homo Sapiens dejó de vivir dentro de los ecosistemas locales. Algunos conservacionistas sostienen que el hombre ha afectado todo ecosistema planetario. Hoy lo que se busca es que la sexta extinción no se convierta en la tercera extinción global.
Evitar eso depende del animal más peligroso del planeta y de su regreso al respeto del equilibrio natural, que pasa por estabilizar el crecimiento poblacional, hacer un uso más eficiente de todos los recursos, cambiar hábitos de consumo, y claro, respetar a sus congéneres animales permitiéndoles su desarrollo existencial y la libertad de sus espacios. Porque el derecho a estar en este planeta de toda especie animal no emana de una procuraduría que debería estar ya extinta.
Este país no deja de sorprender por su estupidez, pero creo que es hora que la ciudadanía actué para evitar que personajes como el procurador, o el bien ido de Montenegro, sigan opinando de lo divino y de lo humano, solo porque pueden y los medios de comunicación los registran.
Es gravísimo que el ser humano esté destruyendo el planeta, pero es peor que algunos se ufanen de eso. El fundamentalismo, religioso o político, es hoy un enemigo de la humanidad y debemos procurar superarlo.