Deformar la realidad pareciera ser un empeño estratégico de quienes ejercen el poder con fines en los que prima el interés engañoso. Ellos hacen que los hechos se muestren o interpreten contrariamente a lo que son. El proverbio popular dice que es como “querer tapar el sol con las manos” y Eduardo Cote Lamus advertía con acento poético que era “pretender parar el vuelo de un avión pisándole la sombra”. En Colombia hay expertos en ese tipo de maniobras y lo hacen desde la política y otros escenarios articulados al manejo de lo público.
En lo que respecta a la violencia enraizada durante tanto tiempo en Colombia se ha querido desdibujar su trama. Y no por ignorancia sino para no dejar ver la verdad. Con eso se busca ocultar la responsabilidad que le cabe a no pocos de los actores de la recurrente confrontación, la cual ha dejado un abrumador número de víctimas en las diferentes etapas de su desarrollo. Víctimas que no siempre han tenido la reparación a la medida de los estragos padecidos. Y parte de esa deuda está en cabeza del propio Estado por la participación beligerante de quienes lo han representado como autoridad armada con rango militar o con camuflaje paramilitar.
Uno de los engaños que se ha querido inculcar a los colombianos es el de no reconocer la existencia de un conflicto armado, sobre el cual no cabe la menor duda. Esta guerra de más de medio siglo, con combatientes de diferentes apelativos es una lucha de contrarios por el poder. Tiene motivaciones políticas y económicas. El reparto de la tierra es uno de los motivos del enfrentamiento al que se ha llegado y por lo tanto debe ser tomado en cuenta para alcanzar una salida de convivencia y de paz perdurables.
No reconocer el conflicto armado es hacerle resistencia a la solución de paz. Al mismo tiempo es seguir en la aplicación del revanchismo, equivalente a más violencia, que se traduce en más muertos, más violación a los derechos humanos, más falsos positivos, más desplazados, más despojo de tierra mediante procedimientos ilegales, más intimidación a grupos de población indefensos, más secuestros, más frustración y menos posibilidades para todos. Es así mismo, meter más odio y marchitar esperanzas. Es cerrarle el camino de una vida creadora a la generación que está llegando, porque sin paz todo se derrumba y sobreviene el desastre, como es el padecimiento de estos ininterrumpidos 50 años de destino letal.
La negación del conflicto armado o su ocultamiento, como lo proclaman algunos, inclusive desde sus cargos de poder, es la oposición a los cambios que se deben hacer para crearle condiciones de estabilidad a la paz.
Para completar la construcción de la paz en Colombia, se requiere consolidar el acuerdo con las Farc, que fue un paso de largo aliento y abrir nuevos espacios de entendimiento para que lleguen los que persisten en la lucha armada. Debe ser una política de Estado, con reconocimiento del conflicto para ponerlobajo la luz de la verdad.
Puntada
Los ciudadanos de Cúcuta deben aprovechar el actual proceso electoral para repensar la ciudad, a fin de que lleguen a gobernarla los más idóneos y los más decentes. Y para eso cuenta el voto de cada elector.
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