Francis Fukuyama, el famoso politólogo estadounidense, autor del clásico “el fin de la historia y el último hombre”, publica en Foreign Affairs un ensayo adaptado bajo el título “contra la identidad política”, con subtítulo “el nuevo tribalismo y la crisis de la democracia”, de su próximo libro “Identidad: la Demanda por Dignidad y la Política del Resentimiento”, que puede dar una explicación menos simplista de las convulsiones sociales de hoy en día.
Explica que el siglo XX estuvo marcado por el choque entre dos visiones económicas; la izquierda defendiendo la distribución de la riqueza mediante una economía centralizada, y la derecha, interesada en la generación de riqueza, haciéndose además ambas excluyentes. Con la caída de la Unión Soviética el modelo de producción centralizado mostró su estruendoso fracaso, lo que sumado a que el otro gran comunista, China, pasó a economía de mercado, hizo que la izquierda buscara nichos de presión política y se lanzó a promover los derechos de grupos marginalizados socialmente, o sin representación adecuada, tales como minorías étnicas, inmigrantes y refugiados, mujeres y población LGBTI, y claro los ambientalistas. Fukuyama, obviamente, ratifica la validez de igualdad de estos movimientos.
“Desde principios de los 70 a la primera década de éste siglo, el número de democracias electorales se incrementó de cerca de 35 a más de 110. En el mismo período, la producción mundial de bienes y servicios se cuadruplico, el crecimiento se extendió a prácticamente cada región del mundo. La proporción de gente viviendo en extrema pobreza se desplomó desde un 42% de la población mundial en 1993, a un 18% en el 2008”, resalta Fukuyama. Pero explica que este crecimiento económico trajo mayor desigualdad, y la especulación financiera no detenida por lo estados, llevó a las crisis financieras 2007-2008, la de las subprime y el euro, y trajo recesión mundial e incremento masivo de la desigualdad. También la economía de mercado mostró su peor lado. Ante esta sin salida económica, en las sociedades liberales empezó a anidar el resentimiento, y en donde estas eran más débiles el autoritarismo y el populismo se posicionaron.
La derecha optó por seguir el camino de la izquierda, y respondió con la protección patriótica de la identidad nacional, conectándose a temas de etnicidad, religión (en particular a las sectas cristianas que anunciaban el fin del mundo, y que se agrupan bajo el termino restauracionismo, todas de origen estadounidense) o raza. Eso empezó a crear en la sociedad grupos de tipo tribal (sólo se reconocen como parte de una “minoría”), abandonando en gran parte la identidad nacional. “En todo el mundo, los líderes políticos han movilizado seguidores alrededor de la idea que su dignidad ha sido agraviada y debe ser restaurada”, recalca Fukuyama. La dignidad era el nuevo lema de lucha.
Las dos cosas sumadas, la crisis económica expansiva y el nuevo tribalismo, dan salida al resentimiento por las indignidades. El debate económico había dejado subsumida una gran necesidad humana: las ansias de dignidad. Y aunque la democracia liberal establece la igualdad económica y social, en la realidad continúa existiendo la discriminación y la intolerancia. Fukuyama explica que el vínculo entre ingreso y estatus, ha probado ser más efectivo que la lucha de clases. Estos asuntos tribales, aunque de central importancia, desvían el tema sobre cómo lograr racionalmente reenfocar el desarrollo económico. “Lo que es notable, sin embargo, es como la derecha ha adoptado el lenguaje y estratagema de la izquierda: la idea que los blancos están siendo victimizados, que su situación y sufrimiento son invisibles al resto de la sociedad, y que las estructuras sociales y políticas responsables de esta situación, necesitan ser destrozadas. A través del espectro ideológico, la identidad política son los lentes a través de los cuales la mayoría de los asuntos sociales son vistos ahora”, concluye.
El remedio a esto es doble. Por una parte, entregar a los grupos minoritarios su plena dignidad. Pero, también buscar ideas que recuperen la identidad nacional trabajando todos en la dirección de lograr un modelo económico que dé desarrollo y equidad. Obviamente el modelo de producción centralizada no puede aportar nada, por lo que sólo un replanteamiento de la economía de mercado podría llevar a esa solución; eso es lo que quiere evitar la izquierda, politizando las minorías urbanas, reorientando la lucha de clases e incentivando el resentimiento. Y el capital especulativo, aquí se pliega a la izquierda, para seguir en lo suyo, y estar bajo el radar (sólo basta ver la actitud de personajes como George Soros). Y, a estos interesados, les ayuda la actitud de gobiernos tibios, como las “democracias” latinoamericanas, que llevan a atizar el tribalismo actual. En vez de hablar desarrollo, hablemos de intolerancia; ese parece ser el nuevo lema.
Esta visión de Fukuyama, acompañada de aportes propios, es interesante para analizar lo que hoy sucede en América Latina, abandonando la visión mamerta maniquea, tipo revista Semana, de la “lucha popular”.