No son problemas frágiles en los que está atrapada Colombia, muchos de los cuales crónicos. La violencia de distintos actores y factores, la corrupción, la pobreza, el autoritarismo clasista, para citar apenas algunas puntadas de ese generalizado tejido, tienen un peso aplastante sobre el conjunto de los habitantes de la nación. A ello se agrega la permisividad de los que controlan el poder para que todos esos males se profundicen y se alarguen, porque hacen parte del sustento de los grupos dominantes. Es como alimentarse de la desgracia colectiva. Y así está demostrado.
El modelo de Gobierno que se ha impuesto parece estar pensado para hacer inamovibles los atrasos que impiden la adecuada satisfacción de necesidades reconocidas. En vez de facilitar la erradicación de tantos obstáculos perturbadores, se insiste en la repetición de desaciertos en el tratamiento de situaciones que hacen más difícil la vida de quienes dependen de las decisiones de “la mezquina nómina”, como llamó en su tiempo Alberto Lleras Camargo a los burócratas adueñados del Estado, para quienes la indolencia, la avaricia y la estrechez en la visión de la existencia humana, determinan su talente.
Esa “mezquina nómina” se agrupa en las entidades oficiales de gobierno, incluidas las tres ramas del poder, en las estancias privadas con alcances de poder, en las cúpulas de los partidos y de las iglesias y en las mafias de variadas estirpes. Allí se mueven los defensores del statu quo. Es una especie de nido de dirigentes adiestrados para el oficio de guardianes del establecimiento y de los privilegios instituidos. Es el escenario de los dirigentes diestros en el discurso de defensa de intereses selectivos. Están para justificar lo de su conveniencia, aun a contravía de la verdad y de la razón.
A las corrientes que surgen como oposición a los males recurrentes se atraviesan los altos heliotropos del atraso y el oscurantismo. Son los que estigmatizan con el coco del “castrochavismo” a quienes están del lado del acuerdo de paz, o de la creación de la renta básica para los colombianos en situación de pobreza, o de una reforma agraria que le ponga fin al feudalismo en la tenencia de la tierra, o de la asimilación de la democracia en el manejo de la nación, o de la educación gratuita, o de hacer efectivo el derecho a la salud, o de la protección de los recursos naturales. Es necesario contener a esos sectores retardatarios que propagan el odio y la violencia, el abuso de poder y la corrupción, la contaminación ambiental y la desigualdad de clases. Contenerlos con el respaldo popular y no con el uso de la fuerza, con programas que le apuesten al bienestar colectivo, sin el engaño del asistencialismo que no pasa de ser una mitigación caritativa. Es el reto para los sectores que están por un cambio de rumbo.
Puntada
Parece que la mayoría de los concejales de Cúcuta piensa más en lo mediático que en el interés público.
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