Asistimos, un poco por todas partes, a un distanciamiento continuado entre las preocupaciones e intereses del común de la gente que vive realidades muy concretas que conforman el día a día de sus vidas, y el discurso de los políticos y partidos tradicionales, amarrados a los planteamientos de La Ilustración y su exaltación del individuo considerado igual ante la ley y liberado de sus ataduras locales, de la identidad con su núcleo familiar y su entorno comunitario, para que se desenvuelva en un escenario cosmopolita.
En el corazón de ese proceso en curso en el mundo, incluida Colombia, está una realidad que a lo largo de varios siglos fue relegada al conformarse los estados nacionales que concentraron el poder y consiguientemente la capacidad de decisión y de acción, generando así un vacío de iniciativa en el conjunto de los territorios y de las comunidades de las nuevas naciones, como el mundo no había conocido antes. Pues bien, aquello que hasta ayer fue relegado, hoy presiona para volver a ser tenido en cuenta y cada vez más; el querer ciudadano se dirige en esa dirección y reclama una acción política centrada en lo específico y concreto de sus necesidades y aspiraciones.
En esta dinámica de cambio, que empieza a transformar de manera profunda lo que ha sido la política como concepto y como práctica en la era moderna, liberal e industrial, tiene como fundamento el hecho histórico antropológico de que los humanos hijos o productos de nuestras familias y del entorno social, de la sociedad y específicamente de la comunidad, en que nos desenvolvemos. Realidad fundamental y natural, en el sentido de que no es consecuencia de la decisión humana, sino consustancial con la condición humana, a diferencia del Estado y el Mercado, las instituciones que han regido la vida individual y social en estos siglos de modernidad, creación del ingenio humano y cada vez menos capaces de atender el reclamo ciudadano; son vividas como elementos externos e impuestos al escenario natural, esencial si se quiere, de la vida de las personas, como son sus entornos familiar y comunitario.
El discurso político convencional se gastó en medio de su altisonancia y vacío, dedicado a una estéril antropofagia del adversario, dándole la espalda al querer ciudadano que más que color político tiene sabor a necesidad no satisfecha. La preocupación y el reclamo ciudadano a la política y a los políticos no es por asuntos vagos sobre la realidad nacional sino por la situación y aspiraciones de grupos poblacionales específicos mujeres y jóvenes, indígenas y negritudes, campesinos y ambientalistas...-; y por las necesidades de los vecinos y del barrio la seguridad y el transporte, la salud y el aseo, los espacios verdes, las drogas y los jóvenes... -. Como consecuencia, el centro de gravedad del interés ciudadano y del consiguiente reclamo político se desplaza de un centro todopoderoso que a todos dice representar pero que a pocos atiende realmente, hacia los territorios y comunidades que conforman el hábitat natural de los ciudadanos.
Por eso las elecciones de octubre deben convertirse en la oportunidad para avanzar en el recentramiento y reinvención de la política y de una actividad política hecha con y para la gente en sus espacios naturales de vida. Para ello es necesario que la campaña no se contamine de la estéril polarización, más emocional que razonada, que se tomó el debate político nacional y que nada tiene que ver con lo que a la gente de verdad le interesa.