Al término de la guerra de los 30 años, en Europa, las potencias europeas inmersas en ese conflicto firmaron, en 1648, la paz de Westfalia. De ese tratado se derivó todo un sentido de gobernabilidad política donde los Estados acordaron los principios de soberanía y autodeterminación, la no intervención y la igualdad entre los Estados.
El nacionalismo que surge como base de ese modelo en el siglo XIX facilita el nacimiento del Estado-nación moderno con nacionalidad común, lenguaje común e intereses comunes. Esta transformación desembocó en políticas agresivas de preservación de esos intereses que fueron factores fundamentales en las dos guerras mundiales del siglo pasado. Un ejemplo es el lebesraum, espacio vital de la germanidad, que fue utilizado por el nacionalsocialismo de Hitler como doctrina para invadir a los países vecinos e iniciar la Segunda Guerra Mundial.
A partir de los horrores de la guerra este modelo se derrumba y se inicia una política nacional e internacional de integración de naciones, la Unión Europea es un ejemplo, de globalización económica e incluso de intervenciones militares humanitarias por parte de las principales potencias en los llamados países fallidos. Se pasó de un modelo de exclusión a uno de inclusión. Las naciones cedieron algo de su soberanía para buscar el interés común, por lo menos regional, y la justicia universal y los derechos humanos globales comienzan a ser parte de la discusión internacional.
Ese modelo de interdependencia hoy se derrumba y vemos como el multilateralismo hoy da pasos hacía un unilateralismo que nos devuelve a las políticas nacionales e internacionales de antes de la Primera Guerra Mundial. El nacionalismo revive con fuerza hasta el punto que el discurso de la izquierda y la derecha contra la globalización se asemeja.
El Brexit es el primer campanazo de ese nuevo mundo que resurge de las cenizas de Westfalia.
La elección de Donald Trump -“soy el presidente de los Estados Unidos y no del mundo”, dice – es el segundo campanazo con todas sus implicaciones. Y el tercero que enmarcaría definitivamente el regreso a ese modelo de intereses nacionales por encima de cualquier otro sería la elección de Marine Le Pen quien hoy tiene inmensas posibilidades de ser la futura gobernante de Francia.
París y Lyon no son Francia así como New York y Los Ángeles no son los Estados Unidos. El temor y la incertidumbre que tienen las clases medias frente a su futuro están cambiando el panorama político del mundo. Los muros, físicos y mentales, de nuevo se erigen como unas barreras entre países, regiones y continentes. Con un riesgo inmenso: la interdependencia hoy en las economías es de tal magnitud que una guerra comercial destruiría rápidamente lo logrado en décadas de globalización y sin duda nos llevaría a una depresión económica sin precedentes.
¿Son el Brexit, Trump y Le Pen un accidente temporal de la política? No lo creo en primera instancia porque el desarrollo de las comunicaciones hoy ha roto la intermediación de los medios en el diálogo entre el político y su electorado. La manipulación masiva es hoy mucho más fácil que hace apenas un década. Y los ajustes económicos por venir, con la llegada de la revolución industrial 2.0 con la robotización, la impresión 3D y la economía del algoritmo, crearán la tormenta política perfecta que hará más fácil destruir el multilateralismo liberal construido en las últimas 6 décadas.
Irónicamente, la globalización económica y de las comunicaciones le abrieron las puertas a un mundo más cerrado, más xenófobo y más racista. Un mundo más incierto donde el miedo y el nacionalismo serán los elementos centrales que movilizarán la política nacional e internacional del mundo.
Trump y Le Pen son apenas el síntoma de un mundo que olvidó los horrores de la guerra y ahora le dice a sus ciudadanos: bienvenidos al pasado.