El tiempo tiene luz y sombra, y su remanso son los sueños, en un sosiego, tan cristalino, como las gotas dormidas en el rocío o el ulular de un búho enamorando la oscuridad, para sembrarla en sus grandes ojos sabios.
Una a una van cayendo las estrellas, con categoría de luna y huellas azules, para plantarse con esa sensación bonita que decora la lejanía cuando llega cerca, muy cerca, a nuestro recuerdo, con trazos de nostalgia -fresca aún- a su alrededor.
El pensamiento sale a escoger su azar, a intuir las cosas hermosas que fluyen de su propia sencillez, sin diferencias entre lo superior y lo inferior, sólo con un vínculo de imaginación y el sabor amable del misterio.
Y cuando todo está apto, un silencio paralelo brota - con aroma de café-, y nos inspira a buscar una palabra bella, para conversar de leyendas, de amores y de exilios, en monólogo íntimo con la sonrisa de la madrugada.
Los espejos sentimentales van reflejando faroles a lo largo del camino, delatando los signos de un refugio bueno, para tejerlos en el alma con hilos de colores, como un acontecer natural engarzado en el susurro del viento.
Y comienza el presente a ascender, a ofrendarse al futuro, en instantes supremos de esa luz que llevamos adentro, tan anduriega como el eco de los pasos que la conducen, sin importar que a veces se equivoquen…de buena fe.
Allí la gratitud, que es la memoria del corazón, nos ofrece la posibilidad de inventar milagros, abrazarnos a la vida y esperar una señal que sólo asoma cuando la mirada espiritual está anhelante y sumisa…
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