“El hombre es cosa vana, variable y ondeante”, decía Montaigne. Y, sin duda, en la escala de la condición humana, no son pocos los casos de prominentes figuras que cambiaron de conducta saltando de un punto a otro en asuntos de principios. Cambiaron la sensatez por la desfachatez o prefirieron la aventura criminal a la ecuanimidad.
Pero sobresalen también recias personalidades, coherentes en sus actos, estables en sus convicciones y lúcidas en las decisiones que toman. Actúan en función del interés general, con sujeción a la ética, sin ceder a las presiones que se ejercen desde la mezquindad.
Conocí a Virgilio Barco en 1958 en esta su ciudad natal. Lo conocí en una conversación de varias horas y éramos solamente los dos. El motivo de ese encuentro fue el proyecto del periódico La Opinión. Y claro que no faltó el tema político que en ese momento lo dominaba el Frente Nacional, adicionado de la restauración de la democracia en el país y lo que implicaba todo cuanto se debía hacer para dejar atrás tanto deterioro institucional, tras la violencia partidista y la dictadura del general Gustavo Rojas Pinilla.
Barco era un dirigente sin adobos demagógicos. Las ideas que expresaba eran las de un demócrata. Su liberalismo relucía sin opacidades. Estaba del lado de las propuestas de cambio, de una reforma agraria que le devolviera la propiedad de la tierra a los campesinos, de una sociedad igualitaria y del fortalecimiento de las regiones contra el centralismo inequitativo. Rechazaba las discriminaciones y el sectarismo partidista. Era progresista en todo y promovía la integración con Venezuela para desarrollar proyectos de cooperación binacional.
Barco tenía entre sus prioridades a Norte Santander y Cúcuta y fue mucho lo que consiguió para la región desde el Gobierno Nacional.
Como presidente de Colombia entre 1986 y 1990 Barco le dejó a la nación el legado de la paz. Y no se trataba solamente de la entrega de las armas de los subversivos sino de la creación de mejores condiciones de vida para todos. Era un estadista con amplia visión del Estado en su función de protección de la vida. Lo demuestra el acuerdo de paz con el M-19, pensado con una visión amplia de los derechos humanos y sociales. Con un “Bienvenidos a la democracia” recibe Barco a los excombatientes del M-19. Y hace esta reflexión: “La historia reciente ha sido testigo del renacimiento sin precedentes de los principios de la libertad, de la tolerancia, de la democracia abierta y de los derechos humanos. Barreras que parecían infranqueables se derrumban ahora bajo la fuerza de la expresión popular”. Así asumió Barco el cumplimiento de lo acordado. Se compromete en un proceso de erradicación de la violencia, a cambio de la convivencia.
Puntada
El gobierno debe garantizarles a los colombianos la vacuna contra el coronavirus, sin rodeos.
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