Los granos de arena en el reloj se agotaron para Ordóñez. Por más pataletas y tretas jurídicas y sociales que hizo, se fue. No había otra opción, no había otra salida después de tres años de batallas en la Corte por la clara irregularidad que se presentó en su elección. Una combinación de factores fue la mezcla del cóctel de la reelección (ilícita y sinvergüenza) del Procurador General: En primer lugar, y con esto se supone hubiese bastado para destituirlo de su cargo, para este empleo no existe la figura de la reelección, así que se la inventó –también lo hizo Edgardo Maya–. En segundo lugar, no hubo terna para su re-elección, porque de dos candidatos, María Mercedes López, y él, uno de ellos renunció. Hasta podríamos decir que ganó por walkover (lo que aquí se llama W). En tercer lugar, un prevaricato se asoma tímidamente en las cortinas, porque los magistrados de la Corte Suprema que votaron a su favor debieron declararse impedidos por tener familiares ocupando cargos en el Ministerio Público (muchos de los cuales fueron nombrados por el mismo Ordóñez). Es así como se cocinó la segunda reelección más sucia y tramposa del país (después de la de Uribe Vélez), pero, no llegó a feliz término, sino que se quedó sin oxígeno y se apagó.
El procurador General eterno, se fue. Y no por un capricho, sino por corrupto. La Procuraduría nunca ha actuado en derecho, sino en favor de intereses propios y promoviendo cacerías de brujas, como lo demostró durante sus siete años en el órgano. Desde los megáfonos de la institución y bajo las redes del clientelismo regional, Alejandro Ordóñez arremetió contra sus enemigos naturales: el matrimonio igualitario, el aborto, la suspensión de aspersiones con glifosato, la legalización de la marihuana y la defensa de los animales.
Sin embargo, sus posiciones, perdón, sus posturas, siempre fueron contradictorias. Fue duro con el aborto legal (tres casos jurídicamente aprobados por la Corte Constitucional) y la ley de Restitución de Tierras, pero blando con el paramilitarismo y la parapolítica del Congreso; y con los 800 casos de falsos positivos que se archivaron, extraviaron o cambiaron de etiqueta bajo sus órdenes, casualmente, por supuesto.
Y no, de ninguna manera, Ordóñez no fue el “máximo contrapeso” del gobierno actual, como algunos pregoneros de su ‘talante’ osan señalar. Ese trabajo lo hizo (con altivez) la sociedad colombiana, que en lo corrido del año ha hecho 215 marchas, manifestaciones y protestas en contra de diversas políticas del gobierno, y no se ha ‘tragado los sapos’ de la salud, educación o minería.
Lo importante aquí es no dejarse engañar. No podemos, o mejor dicho, no debemos medir a Ordóñez con la misma vara que midió a la sociedad colombiana durante 7 años. La gestión del procurador no fue indecente, fue indeseable, incompetente, injusta y ciega, porque no vio que él era el funcionario que más participación política había hecho, aun teniendo en cuenta que su función era, precisamente, vigilar el cumplimiento de dicha prohibición constitucional. Tampoco podemos pensar a Ordóñez como su equipo de relacionistas públicos quieren que lo pensemos: Como un mártir. Salió como un mártir, como un perseguido político, el mayor perseguidor del país. Qué ironía.
No obstante, o que sorprende de la destitución del Procurador no es la lentitud con la que avanzan los procesos judiciales contra los Caribdis de la Nación, sino la capacidad que tienen algunos de ellos, como Ordóñez, para frenar todos los motores y llevar a cabo todas las artimañas posibles con tal de no perder lo único que tienen: El poder de perjudicar a los ciudadanos. A pesar de su poder y sus maniobras dilatorias, su destitución debe llevar consigo la apertura de una investigación penal por prevaricatos ocultos en las movidas que realizó durante tres años para retrasar su inminente destitución.
Más allá de las pujas políticas entre adeptos y enemigos acérrimos de Ordóñez, los ganadores con su salida son los colombianos, quienes tendrán la oportunidad de tener un procurador de verdad, a menos que ese sea Perdomo. De igual forma, dejar a Castañeda en el cargo (así sea por un ratico) es como dejar a Alejandro Ordóñez, pero con cambio de sexo.
“Se cumplió el primer pacto de La Habana: la expulsión del Procurador” dijo Ordóñez resentido, “se quemó en su propia hoguera”, digo yo.