Alberto Estrada Vega, uno de esos varones de los de antes, de palabra, corteses y con una clara ética del trabajo, a quien considero uno de mis mentores, por la huella que dejó en mi carácter la personalidad que pude conocer y que intentare reflejar en estas palabras.
Tenía unos modales, que no salían de una actitud formal, superpuesta, sino que expresaban en realidad una forma de ver la vida. Mi esposa, con tacto, me hacía ver que los míos eran más de “ingeniero de campo”. Pero esos modales no escondían falta de carácter, antes, por el contrario, lo reflejaban. Fui testigo de la rectitud de sus posiciones, sin importar las consecuencias, lo que le permitía enfrentar incluso patanes. Contaba con una inteligencia clara, basada en el sentido común, que es donde en realidad se aloja aquella, que usaba siempre de manera racional y veía lo que los demás no podíamos ver. Espero haberle aprendido algo de eso.
Y claro, como toda persona inteligente, era dueño de un fino humor y de una sonrisa elegante. Rehuía la ordinariez, pero aceptaba de buen grado la ya casi olvidada “mamadera de gallo”. Amigo de sus amigos, sabía separar la paja del trigo. Alguna vez me contó que Termotasajero salió gracias a la ayuda que le proporcionó un Ministro de Minas y Energía costeño, pero en su tierra debió aguantar la oposición de muchos locales, quienes cuando la planta térmica fue una realidad, se autodeclararon “gestores” de la misma. Conocía bien nuestros coterráneos “ilustres”, aunque lo grave es que esa actitud local en lugar de mejorar, empeoró, como vemos en estos días.
Fue el gran gestor de la empresa que hoy es Centrales Eléctricas del Norte de Santander, y tiene, en la Colombia de hoy, el gran logro de manejar por un cuarto de siglo una empresa pública rentable y sin ningún escándalo de corrupción, o siquiera de indelicadeza. Salió de allí jubilado a desarrollar el proyecto original de Gases del Oriente, que es donde lo conocí, y como es obvio, lo llevó a ser una realidad. Ese era su talante. Era un hombre de servicio, independiente de quien fuera el propietario de la empresa que gerenciaba, pensando sólo en el impacto positivo que para la ciudad tendría el éxito de ella. Fue el primero, allá por el año 1994, que empezó a hablar de la necesidad de conectar Cúcuta al Sistema Nacional de Transporte mediante la conversión en gasoducto de la línea de crudo que va del campo río Zulia a Ayacucho, para seguir a Barrancabermeja. Fue el primer intento fallido de lograr la conexión al sistema de transporte de gas natural, y no será el último, como se ven las actuales circunstancias.
Hecho realidad el proyecto, pasó a disfrutar de su merecido retiro, y como sucede con las personas que han hecho cosas importantes animadas por el deseo de servir, no de lograr loas propias, pasó a un aislamiento propio de los viejos sabios. En ese tiempo, siempre fue para mí un gusto poder verlo y charlar con él, hasta cuando ya estaba muy limitado. Es otro de esos hombres, que esta tierra ingrata, no les deparó un homenaje merecido; esos quedan para repartírselos entre quienes hoy cooptan los gobiernos local y regional, para los cortesanos de ese modelo “monárquico” de extracción privada.
En momentos tan delicados como los que vivimos, la ausencia del último caballero, es un vacío difícil de llenar, y que apunta como un mal presagio de los difíciles tiempos por venir. ¿Será coincidencia que horas antes de las elecciones regionales, donde todo apunta a que se va a consolidar el continuismo en la alcaldía y la gobernación, haya fallecido? Lo llamaron a tiempo.
A su esposa Blanca Victoria, a sus hijos Juan Fernando, Adriana y Carlos, sus cónyuges e hijos vaya mi sentido de compasión (en el sentido que lo decía el maestro Ramón de Zubiría, de padecer con) por la pérdida de un hombre para quien la familia era su razón de ser.
A la memoria agradecida de Alberto Estrada Vega.