A la misma hora en que los pájaros despiertan estoy leyendo, con la delicia de saludar la mañana con un pensamiento fresco y ese pedacito de vida, maravilloso, que surge de la nostalgia azul.
En los libros hay un secreto para todo y, si se decoran con música, surgen los rumores de un halo de esperanza que nos asoma al misterio universal que ignoramos los mortales.
Y transforman todo: ya no es la memoria, sino la inspiración, lo que colorea las dimensiones de la melancolía con luces y abren el pensamiento al goce de la cultura, donde se halla el principio natural de la libertad.
Alineados en biblioteca, constituyen una reunión de sabios con órbitas e ideas impetuosas que sólo esperan una mirada sutil para salir, otra vez, a repasar las jornadas de estudio, de recreación, o de sueños, que resuelven las paradojas de la existencia y compensan el vacío de nuestra fragilidad humana.
¡Cómo enseñan!, en esa sucesión inevitable de sentimientos que nos rondan, ora felices, ora tristes, pero, siempre, conjugados en verbos que exploran los vericuetos del alma para sembrarse en ella.
He logrado seleccionarlos para encadenarlos a mí evolución, participar en mis emociones y apertrechar en ellos la serenidad que me ofrecen, cada vez que llego a su refugio: entonces les trasmito, en sus páginas subrayadas, toda la gratitud de haberme educado para el recuerdo y, ellos, me corresponden con una mirada de consuelo que gratifica.