Cuando se habla de un centro, incluso en política, hay que definir primero los extremos. En Colombia la prensa militante anti-uribista declaró al Uribismo como la extrema derecha, o el fascismo, como dicen algunos, sin saber siquiera qué es eso. Al defensor del estado socialista, Gustavo Petro y sus “acompañantes”, los declaran de extrema izquierda.
El Uribismo busca desenvolverse dentro del estado de derecho colombiano, con la defensa de la seguridad como su principal propuesta; por el contrario, el socialismo busca erradicar el “moribundo” estado colombiano (parafraseando a Chávez) y convertirlo en un estado socialista de economía centralizada, para lo cual han ido convirtiendo jurisprudencialmente el estado social de derecho en un estado social-ista de hecho, pues es claro el control ideológico de la antidemocracia en la rama jurisdiccional.
Uno actúa en el estado y el otro contra el estado. Con esta definición, ahora nos venden el centro como una izquierda no extrema, la cual no tendría ningún problema en unirse con el socialismo. En este momento, el falso Centro es la estrategia de la izquierda para llegar al poder (columna anterior, El Falso Centro).
En términos políticos reales, validando a los que quieren destruir el estado de derecho como la extrema izquierda, el otro extremo sería eso que Álvaro Gómez Hurtado llamaba el Régimen. Políticamente el régimen es centralista, con una presidencia cuasi imperial, un poder legislativo compuesto de empresas electorales que buscan defender sus propios “intereses”, y un sector judicial en su trabajo constante de erosionar la democracia liberal, por ideología y/o corrupción.
La rama judicial “exige” todos los derechos ciudadanos, excepto el derecho al desarrollo económico, porque éste implica cambiar el régimen. En lo económico, el régimen no permite una economía de mercado real, sino que creó vasos comunicantes entre el sector privado y el sector público para permitir “restricciones” de mercado que lleve a oligopolios o monopolios; defiende la existencia del monopolio público; su presupuesto es solo de gastos cubierto con una estructura fiscal anti empresa; y cuenta con una jurisprudencia laboral y empresarial que desestimula la inversión privada, la verdadera creadora de riqueza. Estas dos visiones, socialismo y régimen, conforman una visión del estado como “botín”, justificado en la defensa de lo social, que a su vez justifica la política fiscal extorsiva: el estado necesita plata, es lo que importa.
En cuanto a desarrollo, el modelo lleva a que la inversión en infraestructura, al menos para integrar las diferentes regiones en que está compuesto el país, sea tan pobre que somos un “no país”, en palabras de Robert Kaplan. A hoy no hay un solo proyecto oriente-occidente en el país. Esto lleva a que el estado no llegue a todo el país, lo que a su vez permite la existencia en “zonas de difícil acceso” de grupos de crimen común y organizado que puedan retar al estado; la conclusión de esto, es que el monopolio de las armas no está en el estado.
Y en el enrarecido panorama político de hoy, las fuerzas militares y de seguridad son el enemigo a vencer. La educación está capturada entre el sindicato de maestros y la burocracia, lo cual hace que los jóvenes no ganen competencias que les permitan salir de la pobreza, sino que los hunden en el resentimiento ideologizado. Pero, como el régimen está hecho para que gobiernen el país grupos de poder, si un poder contrario coge mucha fuerza, lo mejor es meterlo al régimen y que tome su parte. Eso fue lo que se llamó el proceso de paz de la Habana. El problema es cuando ese grupo no quiere compartir, quiere todo.
El verdadero centro es el que se haga equidistante del socialismo procubano y del semifeudalismo extractivo del régimen. Y ese centro se llama la democracia liberal con real economía de mercado. Y ese candidato no se ha visto aún en Colombia; espero que los jóvenes libertarios tomen el reto.