La segunda vuelta presidencial no incorpora una escogencia menor. Por el contrario, aunque la elección se personaliza entre Duque y Petro, los votantes escogerán entre dos concepciones antagónicas del Estado y el ordenamiento político, económico y social; dos visiones diferentes del presente y futuro de Colombia.
La primera, inspirada en la libertad, el imperio de la Ley y la democracia, representa la positiva continuidad de las instituciones del “Estado Social de Derecho”, con poderes soberanos e independientes, y con economía de mercado, respeto a la propiedad privada y libre empresa como motores del crecimiento.
La segunda, hija del Socialismo Bolivariano, conlleva los riesgos de estas fallidas “revoluciones” en el continente: estatización; expropiación indiscriminada de la tierra; pérdida de libertades, con la de prensa a la cabeza; persecución a opositores; destrucción del aparato productivo y escasez; caos cambiario y monetario; corrupción estatal y violencia.
Me atemoriza un gobierno de orientación “comunista”, seguidor del modelo cubano que inspiró al Socialismo del siglo XXI, desde la sufrida Venezuela de Chávez y Maduro; la Nicaragua que hoy se levanta contra “Ortega y señora”; la Bolivia atada al autoritarismo de Morales y el Ecuador inestable de Correa y Moreno, hasta el Brasil de Lula y Rousseff, con Lava Jato incluido; y el desastre kirchneriano de populismo y corrupción, que hoy tiene a la rica Argentina ante el FMI.
La decisión de los colombianos, sin embargo, también tiene que ver con las personas y, por tanto, es necesario ponerlas en la balanza.
Petro: Con arrogancia, anunciaba constituyente y, hoy, con desfachatez, abjura para conseguir votos. Ayer admiraba a Chávez y al Socialismo Bolivariano, y hoy, como Pedro, lo niega sin pudor. Con improvidencia, promete destruir sin construir. Acabará con las EPS y la economía petrolera, pero no se conocen sus propuestas. Con temeridad, incita al odio de clases. Con populismo, manipula las angustias de los más necesitados.
Duque: Con gallardía, reconoce su aprecio por Álvaro Uribe, pero aclara que gobernará con todos y para todos. Con inteligencia, domina los temas nacionales y reivindica la preparación y el dinamismo de la juventud. Con humildad, asume sus triunfos y, con disciplina, reconoce el papel de su partido. Con ejemplo, enseña que se pueden combatir las ideas sin atacar a las personas. Con optimismo, invita a LA ESPERANZA y, con generosidad, a enterrar odios y unir esfuerzos. Con transparencia, renuncia a “negociar” apoyos y, con gran consistencia, insiste en su discurso de legalidad, emprendimiento y equidad.
Yo tengo claro el país y el futuro que quiero. Votaré por Duque presidente. ¿Y usted? Mire a Venezuela, Nicaragua o Cuba; compare con su visión de país y, entonces sí, enfrente la crucial disyuntiva.