Viene a mi memoria un cuento de mis días de ingeniero de monte, cuando en momentos de descanso, algún trabajador local echaba sus cuentos. Una vez se habló de la pelea que se daba rara vez entre dos culebras de mal ver, la roja y la colorada, explicando el cuentista que ganara la que ganase, no había como escoger bando pues nadie podía saber cuál era peor.
Me acordé de ello, viendo la discusión entre dos viejos amigos, Maduro y Santos, donde el uno ataca la “falta de democracia” y el otro revira diciendo, que no puede hacerlo quien se pasó por la faja el resultado de un plebiscito, usando el control que el Ejecutivo tiene sobre el Congreso y las Cortes. El rojo contrataca diciendo que esa revolución bolivariana iba a fracasar y que lo había advertido y el colorado responde que eran buenos cuando ayudaban al proceso con las Farc, pero que ahora los traicionan. Y pasa a lanzar veneno diciendo que el va a hablar contra el desagradecido, que como dijo alguna vez Antonio Caballero, hoy gran santista, Juan Manuel Santos nunca le ha quedado mal a sus amigos, a todos los ha traicionado.
Es claro que el colorado Chávez-Maduro es un dictador bananero con lenguaje populista mamerto y corrupción masiva, pero así lo era cuando el rojo, Santos, lo buscó como su “nuevo mejor amigo”. No se puede pactar con el diablo y después querer hacer ostias para Dios. Claro que en el mundo político hay traiciones, en las que Santos es doctorado, pero esta es una pelea inédita de “nuevos demócratas” en la esquina norte del subcontinente suramericano, a los que no les ha importado llevarse por delante la democracia liberal en nombre de intereses “supraconstitucionales”. El poder popular que se inventó el chavismo en nombre del pueblo o el acuerdo supraconstitucional que inventó el santismo en nombre de la paz, son claros ejemplos de no valorar la democracia liberal. El uno ha sido considerado por sus pares, Cuba y satélites como revolucionario vanguardista, siendo bien recibido en Rusia y China, mientras que el otro ha contado con el apoyo “desinteresado” de países como Noruega, por aplaudir su “insistencia en la paz”. Ambos buscaron validación internacional, no les importaba la nacional.
Para quien no lo haya notado, el colorado es un rojo concentrado; el rojo va para colorado. En esa pelea de vanidades, los áulicos de ambos “líderes” quieren convertir la oposición y protesta interna en “traición al Estado”, dando forma al principio donde el gobernante se confunde con el Estado, que Luis XIV acuñó en una frase inolvidable: “El Estado soy yo”. Por eso el régimen debe controlar a los “derrotistas” que no cantan las grandezas del régimen, como hemos visto en las últimas intervenciones del presidente Santos pidiendo a los dueños de medios de voz que controlen a sus periodistas o a los de medios escritos, que todos los columnistas sean adeptos al régimen, algo que casi se logró en la Colombia pre-plebiscito. Esa unanimidad de mirada política es lo que el estalinismo llamó “realismo socialista” y que el mismo Stalin definió así: “pintar…el heroico presente en tonos más vivos y hablar de él de un modo más elevado y digno”. Eso termina llevando, como sucede hoy en Venezuela, a que las cárceles estén repletas de opositores.
Mientras que el colorado ya llevó al extremo a su país y ese pueblo enardecido se rebotó para sacarlo, el rojo nos lleva a fuego lento, armando su modelo con una prensa sesgada a su favor, con unos jueces impartiendo “su” justicia, con unos congresistas aprobando su “nuevo modelo” y un pueblo semidormido. Por eso, dice la leyenda, es imposible escoger entre el rojo y el colorado; son lo mismo, en dos fases distintas de desarrollo.