Hace poco estuve en Chinácota acompañando a un escritor en la presentación de su último libro de relatos, cuyo título tiene que ver con la vida de una gata, de nombre Duquesa. Me dio la impresión de que es un relato autobiográfico, con gata de por medio, coqueta y hermosa, que se encontró cierto día, camino de la Dacha.
La Dacha es una parcela de su propiedad, cercana a Chinácota, al lado de la civilización pero escondida entre árboles, donde sólo se respira tranquilidad y poesía. Se llama La Dacha, como las pequeñas casas de campo rusas, hechas de madera y utilizadas para días de descanso.
Orlando Cuéllar Castaño, el escritor que les cuento, se retira a su Dacha, a gozar de la soledad y el paisaje, donde nadie le joda la vida, para poder dedicarse a escribir a sus anchas, inspirarse ante las gotas de lluvia, que resbalan por sus ventanas sin vidrio y que se meten a su alcoba y a su espíritu de soñador empedernido.
Alguna vez dije que los escritores son unos tipos raros, que hablan solos, que se les ve caminando como apendejados contemplando un arrebol o deteniéndose ante una flor, que son tímidos, y les gusta vivir alejados de los tumultos y entregados al vicio solitario de escribir.
Pues así, ni más ni menos, es Orlando Cuéllar. Pero Orlando no vive solo. Lo alcahuetea su compañera, Luz Marina, que le sigue los pasos, le complace sus locuras, le da las pastillas del día y lo deja que escriba mientras ella se va a regar el jardín o a bajar mandarinas o a pintar piedras y paredes de la Dacha. Cuando él se cansa de escribir, se pasa a la mecedora donde se sienta como todo un pachá y entonces la gata le llega a ronronearlo.
Acompañé, pues, a Orlando a la presentación de su libro. Ir a Chinácota siempre me llena de alegría, por su clima, por sus paisajes, por su ambiente de cultura, por sus gentes amables y sus mujeres bonitas. Quedé con el vicio de ir a Chinácota desde la época en que allí se llevaba a cabo el reinado departamental de la belleza. Desde hace varios años, las reinas ya no van a Chinácota, pero yo no perdí la costumbre. Siempre he tenido allí excelentes amigos: historiadores, escritores, músicos, sembradores de orquídeas, alcaldes y alcaldesas, poetas, periodistas, gestores culturales, médicos y empresarios. Ir y toparme con ellos, siempre ha sido una de mis mayores satisfacciones viajeras.
Pero ir al lanzamiento de un libro, tiene connotaciones especiales. Y si el escritor es un amigo y compañero de tertulias, la cosa se pone más sabrosa. Por eso cuando Orlando Cuéllar me invitó al lanzamiento de su libro, acepté irrevocablemente. El salón de la Casa de la Cultura se llenó, hubo discursos, música novembrina y decembrina, y cada uno de los asistentes salió con su libro Duquesa es duquesa, que es como decir: gata es gata, y punto.
Orlando Cuéllar no es un principiante en este cuento de escribir cuentos. Ha publicado más de quince libros y no se las da. Ahí sigue con su sencillez de siempre, sonriente, haciéndole frente a la vida, que a veces es dura, sin quejumbres, con la seguridad de que se sigue ganando el futuro paso a paso, página a página, letra a letra.
Orlando Cuéllar nació en el Valle del Cauca, se crio en los Llanos y se hizo escritor en Cúcuta. Y habla y escribe con el sonoro acento de los toches. Y se siente más cucuteño que cualquiera de nosotros.
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