Los mejores ejemplos de la vida demuestran que la gente valiosa lo que ha hecho es haber cerrado márgenes: “quemar las naves”, “tirar la escalera después de haber subido un paso”, en fin.
Una especie de alianza con el destino que permite la posibilidad de una existencia libre, moderada, sin tanto éxito, pero con identidad suficiente como para asomarse uno, desde su verdad íntima -con displicencia incluso- a la vana encrucijada que se vive allá…afuera.
Si, a su manera, no intenta resolver su problema de adaptación, la mayoría de las veces sucumbe ante el primer paso, cuando se encuentra con la fase de imitación social que lo desfigura.
Si no se erige autónomo en su dignidad personal, cae en las redes del esquema absurdo de ser un títere que actúa cómo y cuando los demás lo hacen y, no, cuando siente la necesidad de expresar sus sentimientos.
De ese modo, la relación con el mundo se vuelve insoportable, o soportable, depende: o anula las expectativas de ser uno mismo, o se hace verdadero ante sus propios ojos, orgulloso de su ascenso interior y de haber intuido las dimensiones nobles de la existencia.
Es mejor cerrar la ventana y valorar el cuarto bonito donde no entra sino lo que uno quiere, apenas un poquito de luz, la música, el aire donde flotan las palabras de tanto leerlas: se resuelve el paréntesis de la libertad para plasmarlo en las alas de una mariposa e ir a donde un duende noble a buscar la hidalguía.