Dicen que los columnistas nos repetimos, que escribimos una y otra vez la misma columna. De alguna manera es así. Las columnas evidencian las preocupaciones y obsesiones de quienes las escriben. En mi caso, reflejan mi convencimiento de que no hay sociedad civilizada sin autoridad, orden y seguridad. No basta con eso, estoy de acuerdo. Son condición necesaria pero no suficiente. Pero sin ellas solo hay caos, anarquía, barbarie.
Pero también es verdad que el ataque al presidente Duque en todo caso obliga a volver sobre los asuntos de seguridad. Por un lado, por su gravedad. Un intento de magnicidio no es asunto menor ni aún en un país que conoce varios en su historia.
No es casual que el atentado se haya llevado a cabo cerca a Cúcuta. El Catatumbo es el enclave cocalero más grande del país. A propósito, es muy preocupante el informe sobre narcocultivos de los Estados Unidos que también se conoció el viernes y que muestra un crecimiento del 15,5% en el 2020 hasta llegar a las 245.000 has, la mayor de la historia. La estimación es abiertamente contradictoria con la del Simci de Naciones Unidas, que mostraba una disminución del 7%. Las cifras de ambos informes nunca han sido coincidentes. Han sido tradicionalmente mayores las de los gringos. Pero una diferencia de 102.000 hectáreas indica algo mucho más complicado que el uso de distintos sistemas de medición. Coinciden ambos informes, eso si, en que ha aumentado la producción de cocaína. Más dinero para todos los bandidos involucrados.
Los grupos subversivos en Norte de Santander, además, tienen la ventaja adicional de la frontera. Por cierto, desde hace tiempo en Casa de Nariño sostienen que hay un ala chavista que quieren matar a Duque, así que no me extrañaría que en Palacio crean que en el atentado pudo haber participación venezolana. Convendría una condena inequívoca por parte de Maduro y su colaboración para esclarecerlo. De paso, el chavismo tiene que entender que seguir permitiendo el uso de su territorio por parte de grupos ilegales colombianos no solo viola todos los principios del derecho internacional sino que aumenta de manera sustantiva los riesgos de una confrontación entre ambos países.
La inteligencia debe aclarar tan rápido como sea posible la autoría del atentado, aunque no hay que hacerse muchas ilusiones. Este atentado, como el del carro bomba, prueba el estado de debilidad de esa arma, la más exitosa en los años de la seguridad democrática y hasta el 2013 y la más golpeada desde el inicio de las conversaciones con las Farc. La inteligencia no es solo los ojos y oídos del Estado, sino también su cerebro. Es la que determina los objetivos militares y los blancos legítimos y los medios adecuados para neutralizarlos. Sin inteligencia solo se dan palos de ciego. Por eso mismo, por su importancia estratégica, vital, es que la inteligencia ha sido el blanco de los ataques sistemáticos de la izquierda desde el Congreso y desde los medios. Su reconstrucción y fortalecimiento no dan más espera.
Clave también es el mensaje que se dé desde Presidencia. Duque debe reconocer el deterioro del orden público y la seguridad. No es solo un problema de percepción sino una realidad. Lo prueban las cifras de producción de cocaína, el caos de los bloqueos y el vandalismo, y este atentado. Pero también la información de aumento rápido del secuestro, la vacuna, la extorsión, y el hurto violento.
Lo dije en Twitter (@rafanietoloaiza) y repito ahora: la coyuntura que encontró Uribe fue mucho más complicada y desafiante que la que ahora debe enfrentar Duque. Está en sus manos retomar las banderas, aprender las lecciones y aplicarlas. Sin autoridad, orden y seguridad no hay manera de proteger a los colombianos. ¡Es ahora, Presidente!